-¿Qué hora tienes Fran?
-Ya sabes que tengo el reloj estropeado.
-¡Joder, pues mira la hora en el móvil como hacéis los de tu época!
-Sí, es cierto, pero a mí no me sale.
De modo extraño, el cristal que protegía la esfera del reloj de nuestro protagonista, había saltado. Fran
intentaba arreglar aquello antes de comprar otro reloj, pero entre tanto, de pura costumbre, casi se sentía
desnudo sin su instrumento horario. Fácilmente hacía cincuenta veces cada día el gesto de mirar la hora.
Pero además se añadía otra incomodidad.
-¿No ves que si tú no tienes hora estamos desubicados?
-¿Y por qué no te compras tú uno?
-¡Sí, hombre! -dijo Juan de forma tan vehemente como en él era propio-. ¡Voy yo a ir con una pulserita
que me marque! Tienes que cumplir tú con las costumbres.
-Juan, cuando haces estas cosas me dan ganas de partirte la cara.
-¿Encima amenazas? Antes de dos días tienes que tener el reloj puesto.
-Sí, ya veo que si no, uno encima de cornudo, está apaleado.
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