-¿Ha terminado ya eso? -preguntó
Doña Marta Palacios a Fran-. Ya casi está el aceite.
-Pues sí, mamá -respondió nuestro
héroe-, pero tengo los ojos fatal.
-Es normal pelando cebollas, ¿lloras?
-Me lloran, pero me escuecen como si
me hubiesen echado 6 litros de gas lacrimógeno. ¿no se ha inventado
nada para esto? Siempre me asombra cuando veo a Arguiñano hacer esto
sonriente.
-La verdad es que no conozco nada para
eso, hijo. No sé qué hará Karlos.
Fran siempre estaba contento de ayudar
a su madre y de guisar, pero lo de la cebolla siempre le había
traído por la calle de la amargura. Sin embargo lo afrontaba, pues
para casi todas sus comidas favoritas era necesario trabajar esa
hortaliza. De modo que se esforzaba por hacerlo cuanto antes.
-En algunos momentos me pregunto si
vale la pena este trabajito.
-No tienes por qué ayudarme si no
quieres. Aún no soy tan mayor.
-Si me gusta, mamá. Ahiora dentro de
un rato tendré una visión distinta.
-Sí, cuando se te aclaren los ojos...
-No, cuando vea la cebolla frita y
caramelizada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario