aquellas caballas escabechadas.-La verdad es que yo no traigo mucha
caballa, pero hoy tenía tan buena pinta que
no me he
resistido.Fran y Juan Gordal llevaban varios días
bajo la “amenaza” de un escabeche de
Doña Marta, una comida de la que
no eran especialmente amantes. Nuestro
protagonista solía decir que
antes, cuando los alimentos se estropeaban,
se usaba el escabeche para conservarlos, pero ahora,
que el pescado y la carne llegan fresco no había
motivo. Madre y hermano esperaban su llegada, y cuando
ésta se produjo se lo comunicaron: -¡No jodáis! -dijo-. Os he explicado muchas veces que...Aquí nuestro protagonista calló a la vista de la olla llena.-La verdad es que está como nunca.-¡Cómo será para convencer a Fran, mamá! -añadió Juan.-Venga, sentaos a la mesa.
Los filetes de aquella caballa se deshicieron y
adquirieron muy rápido el gusto del vinagre y el
escabeche.-Y encima, ni necesita limón -dijo nuestro
héroe.-Míralos -añadió Doña Marta-, los que no les
gustaba el escabeche.-Como este sí, mamá.-Pues es el mismo de siempre, solo que el
pescado era muy bueno.-Y enorme -dijo fran-, me lo imagino cuando
estuviese crudo y terso y alucino.-Para que no volváis a condenar mis plato.
-¡Siéntate, mamá! -dijo Juan Gordal-. Vete uno de esos programas de cuplés o puntillas que les gustan
a las señoras de tu edad que yo friego.-¡Ni hablar, hijo! Aún tengo fuerzas. Ya me pondréis en una mecedora a los 90 años.-Hombre -terció Fran-, tampoco falta tantísimo para eso y llevas todo el día de aquí para allá.-¡Ya está bien! No me dejáis hacer nada. Habéis hecho la cena, limpiado, barrido... ¡Yo voy fregar
los platos y nadie me lo impedirá!-Pero tú no ves casi nunca la tele -dijo Fran-, tienes poquitas alegrías...-¡No volváis a tratarme así! Todavía tengo fuerzas para daros una bofetada. ¡Vamos, hombre! ¡Con todo
lo que me queda por leer, por ver, toda la música que escucho...-Bueno -dijo Juan que entre tanto había ido a la cocina y fregado los platos-, ya está hecho.-¡Al final os lleváis la bofetada! -dijo Doña Marta-. ¡A ver por qué no voy yo a hacer nada1 ¡Ya está
bien!-No hay quien acierte -dijo Fran-, muchas madres se quejan de que sus hijos no den golpe en casa y tú...-¡Pues que os adopte una así!¡Yo aún tengo vigor!
-¡Pero que es esto! -dijo Juan gordal en la Fnac-. ¿Vuelven a llevarse los vinilos?-Yo lo vi en Berlín -respondió Cárolina! Y se venden más libros de papel que antes.-Será que tanta modernez cansa -pensó nuestro héroe.-No, es que se habrán puesto de acuerdo en que si se tiene todo por el ordenador y en
formatos de última generación, la gente compra menos -dijo Cárol.-¡No me jodas que se va a volver a llevar la cinta VHS y tendré que jugar a juegos en
cartuchos! -exclamó Fran-. Me parece que tienes razón, Cárol. Estoy seguro de que quieren
volver a vender aparatos antíguos.-Entonces ¿volveremos a ir en carrozas y a escribir en pergamino? -preguntó Juan- Pues no sé -sentenció nuestro héroe-, pero he oído que se vuelven a usar cintas para
almacenamiento de datos en escala industrial. Y la tele ya pasó de analógico a digital...
-¡¿Cómo que no tienes batería?! ¿Y ahora cómo nos comunicamos con Cárol?
-dijo histérico Juan Gordal.-¡Joder, cómprate un móvil y controlas tú su carga! -dijo nuestro héroe.-Siempre con lo mismo. No tienes ni reloj, ni móvil, ni camisetas... ¿y yo qué? -Ya eres mayorcito, controla tú tu tiempo y tus actividades.Una vez más Juan culpaba a los demás de que él no tuviese noción del tiempo
ni de sus actividades. Aquello solía sacar de quicio a nuestro héroe.-El caso -dijo Juan-, es que no se puede contar contigo para nada. Eres un incompetente
de cojones.-Por lo menos yo llevo mi parte, no como otros.-Tienes razón, lo que voy a hacer es controlarte a todas horas. Si no, no podremos hacer nada.-Claro, porque la posibilidad de que tú te ocupes de tus cositas no está ni contemplada, ¿no?.-Cállate, aquí hay una tienda de cómics. Apunta esta calle en la agenda.-¡Pero si no tengo batería!-¿Lo ves? ¿Ves cómo eres un incompetente?Fran memorizó la calle y el número de la tienda y se tragó las ganas de dar una bofetada a su
hermano. Al menos cuando llegase a casa tendría una dirección nueva.
-Bueno, con esta bolsa, creo que ya he terminado -dijo Fran cuando
sacaba el papel en la limpieza de su cuarto.-Pero tú ¿cómo gastas tanto papel? -le preguntó Doña Marta Palacios.-Pues no lo sé, no imprimo tanto ni creo que malgaste.-Además, muchos de estos folios están el blanco. Me parece un crimen estando los
bosques como están.-Bueno, déjame verlo y guardaré los papeles en blanco.Lo cierto es que para asombro de Fran, su madre tenía razón. Un taco de cierto grosor
de folios en blanco se encontraba entre los desperdicios que pensaba tirar. No era justo
cuando varios árboles podían seguir en pie.-Bueno, los árboles te lo agradecerán. ¡Pero ahora parece que no hayas hecho nada por
limpiar tu cuarto! -dijo Doña Marta.-No sabe uno cómo acertar.-Pues por ejemplo archivando esas hojas estaríamos contentos ¿no?Fran resopló ante la tarea que le esperaba y se dio cuenta una vez más, de por qué no le
gustaba hacer limpieza: uno cree que ha acabado quince veces y resulta que aún tiene tarea.
-¡Mis buñuelos no me los quita nadie! -gritó Doña Marta Palacios el día de todos los santos.-Pero mamá -intentó razonar Fran-, es que el médico te ha dicho que controles el azúcar, que
corres el riesgo de...-De ser diabética, sí. Y la he controlado durante meses. ¡Pero mis buñuelos no me los quita nadie!
¡Ni los huesos de santo! ¡Faltaría más!-Mira que papá lo pasó muy mal con la diabetes.-Ya llevo yo control de mi verdura y mi fruta, pero mis buñuelos son míos.Era cierto que Doña Marta se estaba vigilando los valores de azúcar y llevando una dieta estricta.
Pero también que desde hacía meses previno que no dejaría de tomar los dulces propios de la época.
Le gustaban demasiado para renunciar a ellos.-¿Pero sabes que igual esto te condena a no tomar más ningún año?-Pues ya los compraré de diabéticos-Mira que eso es un lío, que hay que sustituir.Doña marta abrió el paquete y sacó dos de los buñuelos.-Anda tómate dos y calla.Fran efectivamente cerró la boca con aquellos dos buñuelos, y Doña Marta ganó la disputa.