sábado, 26 de febrero de 2022

Y permaneció justo lo volátil

 

 

En otros tiempos
Fran pasaba muy
a menudo por
aquella calle.
Ahora llevaba
años sin hacerlo,
y le sorprendió,
aunque en realidad

era bastante lógico,

que casi no quedaba ningún comercio
ni local de los que él conocía. Empezó a jugar consigo mismo a ver si recordaba cómo había
conocido aquellos comercios. Esa floristería era una papelería, se dijo. Anda que no compré
yo aquí material para el colegio. Esta farmacia era un bar, siguen dando sustancias con

ciertos efectos sobre la gente. Llegó a la vieja juguetería donde miles de veces había

comprado sus clic de Playmobil y sus Masters del universo, y la encontró transformada en

una tienda gourmet. Qué lástima. Con lo chula que era y se la han quedado los pijos. Y sin

embargo, al llegar al tope de la calle se sorprendió: allí seguía el mismo puesto de

churros. Reconoció al dependiente,era el hijo del que atendía cuando era él pequeño, aunque

lógicamente con bastantes años más:

Vaya, sois los único que habéis resistido y eso que este era un puesto ambulante —habló nuestro
protagonista.
Bueno, hemos tenido que evolucionar un poco. Ahora también vendemos papas, churros rellenos,
perritos calientes...


 

Fran sintió cierto rechazo a aquellos churros con toppings de colorines y rellenos de crema casi
fosforescente. En cambio la nueva oferta de comidas saladas no le parecía mal. Pero estaba claro
lo que se iba a llevar:

Dame un churro cubierto de chocolate, como en los viejos tiempos.Hay cosas que no cambian con los años, veo.Debería, que estoy intentando adelgazar. Pero me alegro de que quede algo bueno de cuando 
era crío. Y eso que era ambulanteEs que el puesto este es como el Delorean de Regreso al futuro  —dijo el dependiente riendo.


¡Vivan los marujos!

 

 

Pues me he preocupado
de ponerle la lavadora y
tenerle toda la ropa
puesta y todavía no
estaba contenta ―dijo
aquel hombre de 60 años
a su interlocutor.

Lo mismo que yo a la
mía cuando le he cortado
las verduras como le
gustaban y me hago cargo del crío para que ella trabaje.

Fran, Juan y Carolina se quedaron mirando a aquellos dos conversadores. No debería ser así, pero
todos sabían por qué aquellos dos hombres les llamaban la atención: era el tipo de conversación
que habitualmente solían tener las señoras de mediana edad. Verla en dos hombres les resultó
tremendamente llamativo.

Solo le ha faltado decir que por más que le decían que les dolía la cabeza ellas insistían
―comentó nuestro protagonista.
Es la nueva realidad. Tendréis que acostumbraros ―respondió Carolina con un levísimo
tono de reproche en su voz.
Bueno, a mí no me llamam la atención porque compartan las tareas domésticas, sino porque
parecían las marujas y amas de casa de otros tiempos ―comentó Juan.
¿Y qué tiene de malo que lo hagan? Estáis anclados en los sesenta ―continuó Carolina.
En realidad, sí, es de lo más normal del mundo ―añadió nuestro protagonista con un leve
tono de culpa al reconocerse como habituado a una sutuación injusta―. De hecho muchos
hemos trabajado en cocinas o limpieza.
Ya, pero a vosotros habitualmente se os pagaba ―rebatió Carolina―. Y sobre todo, tú, Juan,
que Fran algo hace podríais tomar nota.
Creo que tiene razón, Fran: ¡vivan los marujos! ―sentenció Juan.
¡Vivan! ―repitió Fran.
Y sin cobrar, cabrones, que a nosotras no nos pagaban dijo Carolina.



sábado, 19 de febrero de 2022

Joshua-Ruiz II. ¿Todo aclarado?

 

 

Pues sinceramente, no sé
 si sólo con esto Joshua 
enmienda el fallo —dijo 
Juan Gordal mientras 
contemplaba al campeón 
británico celebrar su 
victoria en la revancha
 contra Andy Ruiz.Es cierto que yo creo que no ha noqueado porque no ha querido, pero solo así no sé si
 le bastará.


Como aquí comentamos,
el británico y el mexicano
protagonizaron en su
primera pelea una de
las sorpresas más
grandes del boxeo en
el presente siglo.

Ruiz noqueó a Joshua y

destrozó los pronósticos

de casi todo el mundo. Hubo quien hizo de menos el triunfo del mexicano, que

había sido un accidente. En realidad Ruiz era mucho mejor boxeador de lo que algunos

suponían viendo su aspecto rechoncho y su barriga.

Pero eso no bastó en el combate de revancha celebrado en un exótico país del planeta
donde habitaba nuestro héroe. Joshua se tomó el combate muy en serio, y por contra,
Ruiz, quizás demasiado alegre por llegar al estrato más alto del boxeo mundial, se
había preocupado más de rentabilizar su momentánea y quizás efímera atención en
los medios que de preparar adecuadamente esa reválida. Joshua, por tanto, se mostró
muy superior, jugando casi con el mexicano, que llegó al final del camino, pero sin
la menor opción de imponerse en las cartulinas.

Fue un baño descomunal, eso es cierto —comentó nuestro protagonista.Para mí un poco decepcionante por parte de ambos. Ruiz por no centrarse en el combate y Joshua
por no haberlo noqueado.No sé si tenía interés, ya estaba pensando en próximos rivales.A mí no termina de convencerme Joshua, en serio te digo. Es un tío con mucha capacidad atlética 
pero no sé si boxea a nivel de figura.Y Ruiz como no consiga una tercera pelea no sé lo que le espera después de esto.Pues hay muchos más ahora esperando boxear con Joshua. Cago en la leche, lo que cuesta llegar y cómo se puede perder todo en un momento.

Y ustedes, lectores, ¿qué opinan? ¿Puede el mexicano volver a centrar la atención de este bello
deporte? ¿Es Joshua tan bueno como parece? Aquí tienen la pelea para que opinen.


Récord de Anthony Joshua, aquí.

Récord de Andy Ruiz, aquí.

Un sábado inesperado

 


Pues por fin es viernes
y mañana no me levantaré 
a las seis y media —dijo 
nuestro protagonista al irse
 a dormir aquel viernes.
Síhijoesungustopoderdejar
undíademadrugaresciertoesde
lomejorymiraqueamímegustaba
eltrabajoperopodercallaral
despertadorcuandosueneesunamaravillayungustazoquehayquevivirparecementira
quealgotantontotereconforte...—comenzó a decir Doña Marta Palacios.
Bueno, mamá si hasta tú dices eso está claro.

Así nuestro protagonista se fue a dormir aquel viernes feliz pensando en cómo iba a reponerse del
cansancio semanal y sobre todo con la tranquilidad que daba el saber que iba a levantarse habiendo
descansado lo suficiente y no con un plan fijo al que habría que ceñirse para cumplir un horario
impuesto por otros. Cerró los ojos, se cubrió con la sábana y... a las ocho y media un tremendo
estrépito lo despertó y le imposibilitó volver a dormir. Sí, las obras de la calle donde vivía nuestro
protagonista seguían su curso y el taladro de las mismas empezó desde bien temprano a resonar por
toda la calle. Tras unos diez minutos intentando lo imposible, nuestro héroe asumió que no podría
dormir más y que debía levantarse.

¡Me cago en todos los muertos del que planeó estas obras! —gritó—. ¡Es que me dan ganas de ir 
a taladrarle yo la cabeza!YaveshijoelhombreproponeyDiosdisponeaestonohayderechoperoenfinarréglateaversimepuedes
traerdelafarmaciamimedicinaqueayernopudeiryosientoencargarteestohubieraidoyoperositútelevantas
yatelo...Vale, mamá, ya bajo.

Nuestro protagonista observó la obra y comprobó que no estaban cambiando tuberías ni nada por
el estilo. La acera estaba toda levantada solo para cambiar el pavimento. Un pavimento, por cierto,
puesto hacía menos de tres meses. Se encaminó a la farmacia y allí oyó a un chaval con muletas
quejarse de lo difícil que le había sido llegar al local. Con todo esto, nuestro protagonista sintió
unas enormes ganas de emprenderla con los obreros del tajo, pero bien sabía que ellos no eran
responsable. Ellos solo cumplían un trabajo, posiblemente en condiciones abusivas, que alguien
les había encargado molestando a la gente al andar, fastidiando los fines de semana al resto de
currantes y, por lo visto, absurdo. Y esto mismo ocurría con demasiada frecuencia. Esas obras solían
reemprenderse cada pocos meses. Subió a casa nuestro protagonista preguntándose cuánto tiempo
más iba a aguantar aquello la gente sin montar un pollo.


miércoles, 9 de febrero de 2022

Un día gris

 


Salido de la ducha y con sólo los calzoncillos puestos, nuestro protagonista miraba en su cajón.
Pensaba en qué se iba a poner para vestirse aquel día. Los pantalones los tuvo claros en cuanto
vio aquellos vaqueros. La parte de arriba sería más difícil. Empezó a buscar y quería una sudadera
o jersey que destacara sobre ellos. Tenía a la vista su jersey verde, pero se lo había puesto hacía
poco y no quería repetir. Entonces debajo apareció una sudadera de color gris. No estaba mal, pero
quería otra cosa que resaltara más, sobre todo un jersey granate que era lo que tenía en su mente.
Siguió buscando y apareció un jersey gris, enredado con él unos calzoncillos grises... se refrenó
viendo que estaba revolviendo todo el cajón después de la última vez que había pasado horas
organizando su contenido. Dejó un momento su búsqueda y volvió a organizarlo. Apartó aquellos
calcetines ¿grises? Pues sí, resultaba que así a lo tonto tenía un montón de ropa de ese color, nunca
se había dado cuenta. Y camisetas grises, y un chándal gris, y unos pantalones grises... No se había
dado cuenta nunca pero parecía ser el color más abundante en su vestuario. De pronto empezaba
a ver grises colores parecidos como ciertos tonos de azul, alguna prenda blanca, y mira que tenía
pocas para que no se le mancharan... Aparecieron sus pantalones de trabajo, también grises, que era
un color bien pensado en actividades donde la ropa corría riesgo de mancharse... También surgió
una bufanda del color que ustedes se imaginan, un desconocido guante gris... Y encima uno solo.
¿Cómo era posible que eso siguiera ahí si había hecho criba de ropa inservible hacía nada? Y sí,
por fin apareció el jersey rojo que buscaba. Luego tendría que mirar en la cesta de la ropa que
venía de la lavadora, `porque estaba seguro de que tenía mucha más variedad en sus prendas. Pero
el tono gris de las mismas era abrumador. Cuando salió de su cuarto, Carolina Gordal le dijo lo que
más le podía gustar oír justo en ese momento:

Qué guapo estás, Fran.
Gracias, creía que me había vuelto un tío insignificante y gris.


Doña Marta la tecnoadicta

 


Ayhijotraeme
elmóvilquevoya
oírotravezaesa
chicaqueselavoy
arecomendaral
rimomarioqueles
gustamuchoamiscompañerosyalosdelatertuliaytambiénleshagustadoatodostustíosquécosamásbuena
medescubristeestachicaesunagenio...—gritaba con entusiasmo Doña Marta Palacios,Joder, mamá, ahora no dejas el aparatito —contestaba nuestro protagonista.Esqueesgeniallavidadetodosloscompositoressobreunabasedesusobrasesincreíbletodoloqueha
hechoyyallevaunmont´nmiratodoslosquetieneahoraentiendolagraciadeloscanalesdeyoputubeyesto
estáquisiempre...Vale, pero deja ya el puñetero móvil.

 Hacía algunos días que mientras nuestro protagonista veía otro canal, el del periodista Julio 
Maldonado, conocido popularmente como Maldini, su madre le había preguntado si eso estaba
 allí siempre. Como ella estaba a su vez oyendo un concierto de bach en la radio, Fran le explicó
 que existían otros canales, y le mostró a Sheila Blanco, periodista musical, cantante y pianista que
 había tenido éxito en toda la parte del planeta que hablaba el mismo idioma de los Gordal Palacios
 con lo que ella llamaba bioclassics: una composición cantada narrando la vida de cada gran 
compositor sobre una pieza escrita sobre el mismo. Pero Doña Marta le había cogido una afición
 desmedida que era una auténtica adicción.
Ahora más pegada al móvil que una niña de 18 años. Y eso que no sabes usarlo.Síhijoyomandomuchascosastodosloddíasamuchagentequenuncacreíquemeibaaaficcionaraesto
peroesquesepuedehablarhablarcontodosvermúsicayescribiralagenteypareceincreíblequeestéaquí
siempreyaestachicalatienequeconocerlagente...Mamá, le han hecho reportajes laoyen en todo el mundo hispanohablante, ha dado conciertos de sus bioclassics... Anda, levántate que vamos a cenar.UnmomentoqueseloquieromandaralprimoMarioqueseguroquenoloconoceylotienequeverporque
aestachicahayquedarladifusiónqueselomerecequenadielahavistoyesunamoneríaporfavorayúdamé
dóndeestabaelcanalqueloquieromandar...Ni poner la mesa, deja. Sí, como una quinceañera.


sábado, 5 de febrero de 2022

Era posible empeorar la burocracia

 

 

¡¿Pero cómo que tengo
que pedir cita para esto?! 
¡Tengo una semana para 
pagar estas tasas y 
necesito el código ya! 
— gritó furibundo
 nuestro protagonista
 al conserje de aquella 
oficina.
Son las normas,
 la pandemia no la 
he traído yo 
Ya, disculpe, si usted no tendrá la culpa. Pero es que tengo que resolver con urgencia este trámite
 y no hay forma humana de hacerlo.

Nuestro protagonista ya tenía edad suficiente para conocer lo pesado que podía ser el trato
burocrático con administraciones y empresas, pero la plaga que sufría su planeta había traído
una complicación añadida, ya que los necesarios aforos en oficinas y sedes había vuelto casi
obligatorio usar el formato telemático para casi cualquier trámite. Pero a su vez eso, con
frecuencia, requería certificados digitales y otras identificaciones que había que validar en
oficinas como aquella. Y sí, se podía pedir cita previa, pero tenía el inconveniente de que los
plazos corrían. Al final uno acababa gritándole a cualquier empleado como aquel conserje. No
había otra. Nuestro protagonista consultó la web donde se daban las instrucciones para rellenar
aquella tasa y vio que las oficinas de correos realizaban trámites similares. Entonces llegó a casa,
metió en un pendrive todos los archivos que tenía que presentar y se fue a una reprografía a
imprimirlos. Con aquellos papeles en formato físico se dirigió a una oficina de correos.

Aquí tiene mi carnet, mi certificado de que he pagado la tasa...Un momento, que valide aquí —dijo el hombre que atendía en el mostrador de Correos.Por favor, no me falle usted.No, claro que se lo haré. Lo único es que con la pandemia no nos conviene llenar la oficina. 
¿Usted sabe que podía hacer esto telemáticamente?

 Nuestro protagonista sintió un acceso de ira y a punto estuvo de gritar también a aquel
 dependiente. Pero se dio cuenta de que lo decia sin mala intención y logró tomárselo a risa.
 Simplemente respondió:Algo había oído, sí. 


Un nuevo y absurdo entretenimiento

 

 

Espérate, voya escanear ese
 código —dijo nuestro
 protagonista echando mano a su móvil.¡¿Ése?!—contestó Juan asombrado—. 
¡Pero si mo es más que lo que ha colgado 
algún tarado
 sobre un graffiti!¿Para qué quieres eso?Mira, da a una página web de diseño.¡¿Me has escuhado?!Sí, perdona, Juan, ahora que he visto
 cómo van me flipa. He cogido un vicio 
con esto tremendo.

Los códigos QR eran un sistema de información que, si bien se usaba ya con anterioridad, había
experimentado un crecimiento brutal con la pandemia que afligía el mundo de nuestro protagonista.
A través de una trama de cuadros blancos y negros se podía llegar por medio de un scanner
informático a páginas web donde se mostraba información sobre muchas cosas. En un contexto
donde el contacto físico y las superficies debían reducirse al mínimo permitía reducir muchas
prácticas de riesgo: intercambio de cartas en los establecimientos hosteleros, anuncios de diversos
establecimientos, muestras de arte o de pretensiones de arte como la que acababa de ver nuestro
protagonista... El caso es que a Fran le fascinaba esa práctica y ahora escaneaba cualquiera de
estos códigos que viera, enviara a donde enviara. No podía evitarlo, en cuanto veía un código
tenía que saber dónde llevaba. Y se podían crear, según las últimas informaciones, muchos, muchos
códigos. Los cuadros blancos y negros no admitían infinitas combinaciones, pero sí un número de
ellas mayor que la cantidad de átomos que había en el universo.

Fran, pareces tonto. Eso no es para jugar.¿Por qué no? ¿No se pasa la vida la gente en internet y la nube?¡Pareces un crío! La información es útil cuando se va a usar para algo. ¿A ti qué te importa lo 
que tenga un grafitero en su web?Pues ahora sé que existe y... ¡Ay!¡Mira! ¡Voy a escanear el de este bar!En fin, a ti al menos la pandemia te ha traído un hobby.