sábado, 31 de octubre de 2020

Encubridora.

 


Joder, un western un poco más complejo de lo que suelen ser esas películas, pero soberbio ―Comentó nuestro protagonista al acabar aquella gran película.

Parece otra de venganza y de ira, pero se aparta muy rápido de lo típico ¿verdad?

El personaje de Marlene Dietrich es muy característico. Y se aleja del papel que se solía dar en los westerns a las mujeres, más en esta época.

Y salvo ella no hay grandes estrellitas.

El director, otro muy particular.


Encubridora era un hallazgo dentro del oeste que convenía no perder de vista. Una rara incursión de Fritz Lang en un género alejado de lo que el director alemán solía hacer, y como queriendo completar el recopilatorio del star system germano, Marlene Dietrich daba vida a un personaje para recordar, Altar Keane, una mujer que ha hecho su negocio de esconder forajidos a cambio del 10% de lo que saquen en sus fechorías. La trama nos presenta a un hombre enfurecido después de que su novia y prometida hay muerto a manos de unos bandidos. En busca de venganza acaba haciéndose pasar también él por forajido y pidiendo protección a Altar, ya que sabe que el responsable de su desgracia está oculto entre sus huéspedes, y de este modo espera encontrarlo. Ni que decir tiene que progresivamente va interesándose más y más por Altar y planteándose muchas cosas.


La verdad es que Fritz Lang daba a estos temas de búsqueda, venganza y violencia un tratamiento muy característico. No suelta violencia sin más, consigue a veces hasta que comprendas al que la ejerce ―le comentó Juan.

No da personajes sin doblez. No son buenos y malos, simplemente, aunque aquí obviamente Altar y el protagonista son moramente mucho más recomendables que los forajidos que jodieron al protagonista.

Y Marlene Dietrich aquí tampoco es una sex simbol o supermujer y queda muy bien.

No hay duda, si a uno le gusta el western, o simplemente el cine debe verla.


Ficha de la película, aquí

¿Una bruja de verdad?


Pues este año, en teoría no se puede salir hasta tarde, pero yo veo todos los bares y comercios llenos de esqueletitos y similares ―dijo Juan Gordal.

Ya ves, yo que me imaginaba que este año sí sería para un día de difuntos como siempre había sido aquí, recogidos con el Tenorio comiendo buñuelos. Pero una vez que los gringos contaminan una fiesta no hay Cristo ni pandemia que la recupere.

Fran, ya oíste que mucha gente opina que aquí ya se celebraban fiestas similares al halloween cuando ni existían los USA.

A ver cómo te lo explico, Juan...


Nuestro protagonista se dispuso a explicar una vez más que el hecho de que en esta época del año se encendieran hogueras y se esperase que los espíritus de los difuntos regresaran desde hacía muchos siglos no significaba necesariamente que se celebrara halloween. Eran fiestas diferentes con un componente local, con dulces propios, con menos componente lúdico... Estaba soltando esta disertación cuando cayó en la cuenta de que un grupo de niños, dos de ellos disfrazados se le habían quedado mirando. Sintió profunda vergüenza y echó a andar refunfuñando. Nadie le movería de que en Madrid se visitaban los cementerios, se escuchaba el tenorio, y se comían los buñuelos de viento y huesos de santo.


De todas formas ―le interpeló Juan―, ya te ha explicado gente de tu edad que ya tienen críos que ellos lo pasan bien así y que ningún padre se siente capaz de quitarle un disfrute a sus hijos.

Coño, al menos que les enseñen a pedir buñuelos y no gominolas.

Al final a ti lo que te mueve es la comida y si es con azúcar y mierda más aún. No te obsesiones, hombre.

Joder, que ya te digo que veo gente de mi edad...

No sigas ―le interrumpió Juan―Siempre dices eso, pero nunca he visto a nadie de más de 20 años disfrazarse.




Nuestro héroe preparaba la réplica, pero entonces, como en un acto esotérico propio de aquellas fechas, lo que quería acudió solo a la presencia de los hermanos: una mujer mayor, que incluso usaba un bastón se acercó a ellos disfrazada de bruja. Por la edad y las condiciones de la señora, además, daba mucho el pego con el personaje


Bueno, a ver si solo los críos vana poder disfrutar ―observó Juan.

Serán los espíritus, que han escogido definitivamente el modelo de fiesta que quieren.

O sería una bruja de verdad.

Imponiendo el modelo de fiesta que quiere. Y cualquiera contradice a una bruja. Mejor a una meiga, que es como dicen los gallegos.



sábado, 24 de octubre de 2020

El misterio del corredor seboso.

 

 

Es una gilipollez querer cerrar
 esto cuando siguen abiertos los 
bares —decía Juan Gordal al 
entrar aquella tarde en el Retiro.
Bueno, vamos a dejar de lado
eso y vamos a disfrutar. Mira 
los perretes qué felices corriendo. Y respira un poco de aire puro. Hasta me sacaría 
la mascarilla si por mí fuera, que creo que en todo este espacio abierto es muy 
difícil contagiarse. Pero basta que venga un munipa con ganas de lucirse para 
amargarte el paseo.
Entre unas cosas y otras, nuestros protagonistas llevaban seguramente más de un año sin entrar
en el gran parque de la ciudad. Primero porque no era ya algo habitual en su vida. Segundo porque
las cuarentenas y demás medidas contra la situación excepcional que afligía la ciudad y el mundo
donde vivían había reducido al mínimo la oportunidades de acercarse a este pulmón del centro de
la ciudad. Pero así y todo respirar aire fresco era algo que se agradecía, y al final, el Retiro era uno
de los lugares donde el rimo de vida se parecía más a una situación de normalidad. Incluso con la
gente corriendo por la noche.
Cuidado con los runners, Fran, que van resoplando y jadeando sin mascarilla. Necesitan espacio.
Estamos en España. No son runners, son corredores. Pero sí, parece que estosno han abandonado
sus hábitos.
Son buenos, y además si tienes costumbre de hacer ejercicio y te las quitan unos días lo coges
con muchas ganas.
Apártate —dijo nuestro protagonista, que notaba que por detrás de ellos venía otro de aquellos
deportistas.
Cuando le dejaron paso se asombraron de la enorme corpulencia de aquel corredor, y sin embargo,
antes de notarlo ya estaba tres parterres más adelante que ellos.
Joder, mira que tiene el culo enorme, y la velocidad que pilla el hijo puta —dijo nuestro protagonista.
Y moviéndose así podría haberse apartado él, que tiene que pasar justo por nuestro lado —respondió
Juan.
Creo que es el mayor animal que he visto moverse a esa velocidad después de un elefante que salió
el otro día en un documental de la 2.
Habrá engordado con lo que ha pasado pero sin perder forma
O habrá mutado en esta situación. Desde luego un tío de ese tamaño moviéndose así en un ring del
peso pesado no tendría precio. ¡Míralo, por ahí vuelve!
¿Ya ha dado la vuelta? No puede ser.
O eso o su culo ni se ha movido de aquí.


Nuestro espacio en el siglo XXI.

 

 

Un abrazo, amigos de Mundo Maldini.
 Chao, chao, chao —decía  Julio Maldonado, 
más conocido como Maldini, uno de los 
periodistas futbolísticos más conocidos 
en el país de nuestro protagonista al
 final de aquel vídeo de Internet.
Nuestro protagonista mascullaba aún lo que Maldini había dicho en su crónica en aquel canal de
internet y no podía dejar de comentar algo en voz alta:
¿Cómo puede este tío decir que el Atleti tiene ninguna disculpa por perder 4-0, ni que sea con
el mejor equipo del mundo, cosa que además es discutible?
BuenohijodejaesoyayvenacenarquetepasastodoeldíaconelfútbolandaquesisupieraelMaldinicomo
losiguesloqueloanalizasloquecomentassobresusvideosylabrasaquedasteharíaunmonumentoyonosé
dóndevesesoademásquenuncasaleenlatele...—Lo llamó a la mesa Doña Marta Palacios.
No es en la tele, mamá, es en...
Y aquí Fran se sorprendió notando una cosa: él no era de la generación que ya se identificaba más
con las plataformas digitales y con You Tube que con la televisión clásica, pero sin embrago,
por primera vez, seguía con asiduidad un canal y un programa que ya no eran de la tele. Siempre le
había gustado el estilo de Maldini, que sabía de prácticamente cualquier aspecto del fútbol y no
se pasaba de gracioso con los comentarios. De modo que desde que había descubierto su canal de
internet no se perdía una sola de las grabaciones.
Pues me gusta Mundo Maldini, pero no me parece que en general You Tube sea mejor que la tele
de siempre. No hay escenarios, son videosmás cerrados, como más pequeños...
Ayhijopuesamímevasatenerqueenseñaraveresoporqueheoídoqueconlapandemiasehandesarrollado
lasmisasdigitalesquecomohayrestriccionesestamosobligadosaseguirlodeotromodoqueyahaycuras
¿Cómoes?¿Yubuten?
Youtubers, mamá. Mira, la verdad es que yo creía que nunca podría hacerme a esto, pero han
logrado crear un programa pensado para ese formato que me gusta, y además se puede ver cuando
uno quiere. No sé, me sigue gustando más la tele grande, pero a lo mejor me voy haciendo ya al
siglo XXI. Igual si es por los sotana tú aprendes de una vez a ver esto.
Quéilusiónhijoahoravoyatenermisascuandoquierayvoyapoderrezartodoslosrosariosquequieray
sinmovermemiuentrasleolasvidasdetodoslospapasylosiconosdelossantospuestendrásqueexplicármelo
porqueyoquieroseguirsiendounacristiana...
Por los siglos de los siglos, amén. Bueno,voy a ver si Maldini tiene algo que decir de la jornada
de liga de esta semana.



sábado, 17 de octubre de 2020

Miopía en tiempos de pandemia.

 

Venga Fran, vámonos. ¿Llevas kleenex? ―preguntó Juan

Sí.

¿Botellita de gel?


Sí.

¿Mascarilla? Voy a coger la mía, por cierto.

Sí.

Pues venga, vámonos.

De acuerdo


En los últimos tiempos antes de aventurarse en cualquier cosa, era preciso pasar esta especie de inspección. Era muy vergonzante darse cuenta a cuatro manzanas del hogar de que uno no llevaba mascarilla, por ejemplo. Y que en una tienda donde se entrara, el dependiente te largara, o te abroncara con razón. Por otro lado, Juan y Fran gustaban de llevar una botella de gel hidroalcohólico en el bolsillo para poder frotarse en tiempos donde la higiene de manos y superficies era fundamental. Pero en la escalera, nuestro protagonista cayó en la cuenta de que había olvidado algo.


Espera, voy a subir.

No jodas. ¿Qué hemos olvidado?

Tú nada, pero yo no veo un carajo. Voy a ponerme las lentillas.


Ese era otro de esos pequeños problemas diarios propios de aquel tiempo pandémico tan distinto de cualquier otro que nuestros protagonistas hubieran vivido: fuera de casa se evitaba en todo lo posible el uso de gafas, ya que el vaho que uno exhalaba por la parte de arriba de la mascarilla empañaba los cristales. Se habían propuesto miles de posibles soluciones: dejar una ranura entre la piel de la cara y la mascarilla en la parte baja de esta para que saliera por ahí, ajustar la nariz de cualquier manera...Pero era un hecho: gafas y mascarilla no cuajaban juntas. Nuestro protagonista volvió con las lentillas:




Bueno. ¿Ahora ya podemos irnos? ―preguntó Juan

Sí, ahora sí que puedo leer y ver cosas en las tiendas de tebeos, que es donde vamos.

Pero también dicen que se aconseja llevar poco las lentillas, porque al tocarse los ojos se facilita una entrada al virus.

Pues entonces igual es mejor llevar las gafas, voy a ponérmelas y me aguantaré con el vaho.

No, no subas otra vez. Hoy lo dejas, pero piénsalo a partir de mañana.

Me cago en la leche, hasta la miopía te cambia el jodío bicho.

Topicazos propios de una pandemia.

 


Nuestro protagonista llevaba unos cuantos días preocupado. La pandemia que había sumido en el caos sanitario y económico el planeta donde vivía parecía recrudecerse.


Por otro lado, una creencia bastante curiosa había tomado cuerpo en la ciudad y el país que nuestro héroe habitaba: los chinos eran los que mejor conocían las epidemias, dado que en tiempos recientes en su país habían pasado y gestionado varias situaciones similares. Además, en la primera oleada de la plaga, todo el mundo había visto que los comercios regentados por miembros de esa raza y nacionalidad eran los primeros que habían mostrado preocupación por la situación, y que en muchos casos habían cerrado antes de que las autoridades sanitarias lo recomendaran. En suma, la población estaba muy segura de que si las cosas iban mal, los comerciantes chinos serían la primera señal. Y el comercio de chinos más cercano al domicilio denuestro protagonista llevaba varios días cerrado.


Se han ido a China, Fran, estoy casi seguro. Mal asunto ―le comentaba Juan Gordal.

Pero cuando voy por la ciudad no veo que se hayan marchado en desbandada como la primera vez ―respondía nuestro protagonista.

Pues estos son los hechos. Y ya ves cómo los ministros y científicos nos van a cerrar Madrid otra vez. Se han ido a Wuhan.

Habrá que hacer acopio de papel del culo y harina otra vez, qué horror ―refunfuñaba Fran.

Bueno, venga, vamos a dar una vuelta ahora que aún se puede.


Por el camino nuestro protagonista no podía quitarse de la cabeza el posible nuevo confinamiento, el encierro domiciliario, el ver a la gente aún mezclándose en bares y terrazas, el mirar instintivamente los pequeños comercios a ver si seguían abiertos... Una cosa estaba clara por lo que veía:


Juan, será por lo que sea, pero las tiendas de chinos siguen abiertas, excepto la nuestra.

Sin embargo llevan varios días subiendo los contagios.

A ver si les va a haber pasado algo a nuestros chinos, que ya eran casi vecinos.

Sí, de acuerdo con el cuñadismo ni habrán tenido un entierro.

Qué bestia eres. ¿Tú te crees que se puede...?


Entonces una extraña voz cortó a nuestro protagonista cuando estaba a punto de afear a su hermano:


Sta lugo ―dijo una voz de hombre que los hermanos conocían bien.


En efecto, ahí estaba el matrimonio que regentaba la tienda de al lado de su casa. Estaban paseando por la calle con mascarilla como cualquier madrileño:


Buenas tardes ―dijo Juan muy alegre―. ¿Han estado en China de vacaciones?

No, aquí. Tienda cerrada unos días, descanso ―dijo la mujer.

Ah, pues que lo disfruten. Nos tenían preocupados ―contestó nuestro protagonista.

No preocupa, no motivo.





Los dos hermanos se quedaron en la calle rumiando nuevos pensamientos mientras veían a aquel matrimonio alejarse departiendo en su idioma.


¿Tú crees que hablan de la pandemia? ―preguntó Juan.

Quizá. O a lo mejor de que los monos blancos somos unos racistas cuñados que no dejamos de elucubrar extrañas teorías sobre ellos por venir de otra cultura y lugar ―sentenció nuestro protagonista profundamente avergonzado de haber caído en ese vicio tan feo.



jueves, 15 de octubre de 2020

Ocean.

 


Vaya sorpresa, yo esto no lo conocía ―dijo nuestro protagonista al acabar de leer aquel cómic.

Warren Ellis es un genio y la ciencia ficción la domina como nadie―contestó Juan.


Ocean era una obra menor del guionista británico, pero desde luego como entretenimiento era muy agradable, y como obra de ciencia ficción,comomínimo enganchaba. El cómic nos muestra un futuro aún lejano, en el cuál se han descubierto los restos de una civilización similar a la humana en el océano que cubre la luna de Júpiter Europa. Concretamente individuos de esta cultura, que flotan a la deriva en dicho oceano hibernados en una especie de ataudes/cápsula submarina. Las naciones unidas envían una misión a estudiar qué puede reportar el hallazgo, cómo debe llevarse a cabo la investigación de dicha cultura, etc. Todo ello se verá complicado por la presencia de naves de una multinacional terrestre que ya orbitan el satélite con unas intenciones poco claras.


El punto de la película me recuerda un poco a Abyss, con civilizaciones submarinas y todo el rollo ―dijo nuestro protagonista.

Sí, pero en Ocean no pisan el mar de Europa más de lo necesario.

Y se logra muy bien que casi nos resulte familiar un futuro que aún está muy lejano. Está uy bien establecido y situado.

Yo me acuerdo del estremecimiento cuando descubren lo del asesinato en esa cultura ¿Te has fijado?

Sí, el famoso ejemplo de los esquimales y la nieve. Que al tratar mucho ese concepto tienes 17 vocablos para la nieve...¡Y encuentran en la lengua de esa civilización 163 palabras que significan asesinato!

¿Y no te da mal rollo esa empresa capitalista y las condiciones que impone a sus trabajadores?

Y más aún la impresión de que la gente de esa sociedad sabe que eso es un abuso inhumano, pero tragan con ello. Cuando les controlan hasta su mente.

Lo peor es que eso sí que es casi una realidad.

Pues esperemos que lleguen también los viajes espaciales.

Y el final, que mira que es previsible, también logran hacerlo interesante.

Sí, Juan .Una joya de tu colección que no conocía. Lo recomiendo. También le va mucho el dibujo.

Del dibujante, Chris Sprouse, sí que no sé mucho. Me informaré sobre él.

Buen trabajo aquí, en todo caso.


Ficha del cómic, aquí

sábado, 10 de octubre de 2020

Millenials y serenos.

 


Te lo juro, tío, dice mi abuelo que dabas palmas, gritabas "sereno, sereno" y esos venían con las llaves, a cualquier hora —explicaba aquel adolescente a su amigo.


Nuestro protagonista, que sólo había llegado a ver al último sereno de Madrid, que ejercía cerca de la casa de la tía Maria Cristina, no obstante se sorprendió mucho de que la nueva generación directamente ni concebía aquel oficio. Al parecer solo el hecho de conocer que esos funcionarios habían existido ya era propio de otra época.


Joder, Juan. No sé cómo se lo habrá dicho su abuelo ni para qué, pero ¿no ha leído ese chaval jamás un tebeo ni visto pelis de azcona, de Berlanga...?

¿No te das cuenta? Esas películas que nombras también son de otra generación. Y muchos no saben ni que existió el tebeo. Sí, Fran , debes aceptarlo, te haces viejuno.

El otro día decía una señora por la calle que su nieto se sorprendió mucho viendo un teléfono fijo de los de rueda.

No te extrañe tanto. ¿No recuerdas el meme ese de la cinta casette y el lápiz? Tú pillas sin dificultad la relación.

¡Pero si esas cintas se usaban hasta el final delos 90!

Pues eso, hace 20 años. Dos años más de los que debe tener ese chaval. Sí, ve aceptando que tiras para madurito.



Entonces los dos hermanos pasaron ante una pantalla de plasma en los exteriores de un bar que emitía una jugada bien conocida de nuestro héroe: el gol de falta de Pantic al Valernciaen laCopa del Rey del año del doblete. Estoy con una música rimbombante de fondo y con el propio Pantic comentando.


Era increíble este tío. El miedo que daba solo sacando un córner.



¿Ya no hay futbolistas como los de antes, quieres decir? Ya los jugadores que salen en los reportajes históricos son los que tú has visto, pureta.

Pero yo no vivo en la misma inopia que los millenials. ¿Acaso no sabía quienes habían sido Pelé, Beckenbauer, Kempes...

Ya. Y que había habido vaquerías en Madrid. Por cierto, en realidad los millennials sois los de tu generación, los que alcanzasteis la mayoría de edad al cambiar de siglo y milenio.

Vale, pues será verdad que estoy perdiendo el hilo con la ... ¿generación Covid?

No seas viejo resentido, búscales un nombre menos cabrón. Se ve que sigue rondándote por la cabeza el meme de la casette.


Nuestro protagonista se quedó pensativo y debía transmitir una sensación de agobio. Juan que lo conocía le alivió con un comentario:


Tranquilo, diga el meme lo que diga aún no eres grupo de riesgo.

miércoles, 7 de octubre de 2020

El responsable último.

 


Aquel día olvía nuestro protagonista a su casa y en su camino cruzó por delante de un colegio donde algunos niños, que debían estar en la hora del recreo, correteaban, saltaban y forcejeaban con la alegría y vitalidad propia de la infancia. Uno de ellos tuvo la idea de colgarse de las verjas de una de las ventanas bajas del edificio de la escuela, y un hombre relativamente joven aunque alopécico, que debía ser el profesor, lo amonestó severamente:


¡Marcos, te voy a dar un guantazo que te voy a poner en órbita!


Nuestro protagonista se quedó muy sorprendido, no por la bronca o llamada al orden, que era lógica, sino por la advertencia de castigo físico. Creía nuestro protagonista que ahora las reprimendas eran más sutiles. Claro que a veces un niño en el frenesí de su edad no parece atender a otras razones. De hecho, cuando el niño bajó de la verja su maestro le dijo cosas más conciliadoras.


Venga, que no te vuelva yo a ver hacer eso ¿eh? ¿Te das cuenta de que es peligroso?

Sí, no lo volveré a hacer.

Y no querrás que se lo diga a tus padres, ¿verdad?

¡No por favor! ¡A mis padres no! suplicó el infante díscolo.




Aquello también lo recordaba del colegio suyo: una de sus maestra solía decir a los niños a los que echaba una bronca que en realidad tenían más miedo a sus padres que a ella. Porque según el razonamiento verdadero de aquella profesora, cuando ella llamaba la atención no le hacían caso, pero bastaba que amenazara con comunicarlo a los padres del niño en cuestión para que éste cesara inmediatamente en su conducta. Se dio entonces cuenta de que quizás los métodos de educación no habían cambiado tanto, seguramente ahora para que un maestro llegara a atizar a un chaval tenía que ser muy muy gorda la que hubiera hecho, y además el maestro sería duramente señalado por la sociedad. Pero resultaba que él mismo acababa de ver que el pequeño de nombre Marcos temía mucho más la humillación ante sus padres que una bofetada. Quizás también porque sabía que esta última muy difícilmente llegaría. Nuestro protagonista vio en aquella aventura que la importancia de las figuras parentales seguía siendo indiscutible para educar bien a los niños. Los maestros sin duda influían y su labor era necesaria, pero en último caso eran los progenitores los verdaderos responsables.




Huyhijoandaquenosenotayotelopuedodecirquecuandolospadresayudanestodomuchomásfácil

porquetambiénloshayqueloquebuscanesquetúhagastodoeltrabajoconelcríoydesentenderseellosyasí

nohaymanera... dijo Doña marta Palacios, con su experiencia como profesora al llegar a casa.

Lo comprendo, mamá, me sigue asustando a veces hacer cosas sin tu permiso.

martes, 6 de octubre de 2020

Otra cosa que nos han quitado.

 


Aquel día, después de su entrevista de trabajo, Fran tenía una buena porción de tiempo libre. Recordó que había varios tebeos que llevaban tiempo en el mercado y que él aún no había leído. Decidió trasladarse a la Fnac de Callao y enfrascarse con alguno de ellos. Podría tener un rato de esparcimiento sin pensar en el virus. Se colocó bien su mascarilla quirúrgica (la primera que usaba en algún tiempo, ya que como dijimos había pasado a usarlas de tela para no dejar tantos residuos) y... ¡Goma de la mascarilla rota! Otra vez, no era la primera que le ocurría.


El caso es que allí estaba, en pleno Madrid, que volvía a ser una de las zonas más afectadas por la pandemia que afligía el mundo donde vivía nuestro protagonista, y a cara descubierta. Por suerte, Fran era un hombre de recursos, y con un nudo logró que la mascarilla sirviera, al menos durante ese trayecto.


De modo que se plantó en el establecimiento de Callao, y se puso el preceptivo gel hidroalcohólico, antes de dirigirse a la planta de cómic y escoger alguno. Allí estaban Durango, un western bastante apetecible, Lezo, un relato en viñetas de la defensa por el célebre marino vasco tullido de Cartagena de Indias, el nuevo Blueberry con Joann Sfar en el guion y Eric Blain en el dibujo... Y sobre todo el último de Ibáñez, el que iba a ser el tradicional tebeo de olimpiadas de Mortadelo y Filemón aquel año si no hubiera llegado un virus y se las hubiera llevado por delante. Sobre todo era este el que atraía la atención de nuestro protagonista, ya que era el más manejable para leerse allí, y ya llevaba un tiempo en las tiendas en el cuál Fran no había podido acercarse a él.



Hizo ademán de cogerlo pero en su mirada se cruzó un cartel de aquellos habituales en los últimos tiempos en los establecimientos de su ciudad advirtiendo a los clientes de que tocaran lo menos posible los productos y que evitaran incluso el pago en metálico, que si podían mejor con tarjeta. Nuestro protagonista sintió, casualidades de la vida, justo en aquel momento como el pico de su mascarilla donde debía sujetarse la goma que había apañado con un nudo se distanciaba de su cara. De pronto se sintió un paciente 0. Recordó que la entrevista se habló sobre todo de teletrabajo y que ésta se había llevado a cabo con enormes precauciones. Que en el metro de la ciudad uno lo pasaba mal pensando en el contagio... La conclusión era evidente: no se podía leer así un cómic en aquellas condiciones. Mal que le pesara, este hábito era otro delos que el bicho, como popularmente se conocía a aquel maldito virus se había llevado por delante. Preguntándose cuando volvería realmente a haber una vida normal nuestro protagonista se internó en el metro. volvió a sentir molestias con el pico aquel de la mascarilla.


Realmente no pensaba , ni un segundo es posible evadirse de esta sensación.