La superluna

 

 

—¿Y para qué quieres

 ver eso, si todos los

 días es igual? Que

 se ve muy grande 

la luna. Y 

cada una de  estas

 «superlunas» 

siempre es por

 un fenómeno que solo ocurre cada  muchísimos años, pero hay una cada quince 

días —comentó Juan Gordal.

 —Bueno, si fuera  ir a un observatorio entiendo que te molestara, pero es al lado de casa. 

Vamos a verla —dijo Fran.

 Los dos hermanos subieron la calle y observaron que entre los edificios se filtraba la luz del
 satélite natural, pero no se podía ver. Según los medios aquella era una superluna azul que
 brindaba un espectáculo poco usual. Avanzaron dos o tres calles sin lograr vislumbrar la luna.

 —Al final vamos a andar casi como si hubieras ido al observatorio —volvió a quejarse Juan. 
 —Tienes razón —respondió Fran—, casi estoy por volver pero...


 Entonces Fran vio que avanzando hacia uno de los lados de aquella calle perpendicular por 
fin podía verse la enorme luna que estaba buscando.

 —Bueno, grande sí es, pero no la veo azul —comentó Fran.
 —Oye, ¿sabes que sí es chula? Voy a hacerle una foto —añadió Juan. 

 El mayor de los hermanos cogió el móvil, enfocó la luna y... Un calvo se puso justo delante 
de la cámara y solo salió su cabeza.

 —Bueno, la verdad es que su cabeza sí que recuerda a la luna —comentó riéndose nuestro protagonista.
 —Sí, pero me ha jodido la foto. Por esto en los tebeos de Mortadelo le llamarían «burricalvo» y lo 

perseguirían con un arma contundente.
 —Pero no es así. ¿Quieres intentarlo otra vez?
 —Claro, pero me aseguraré de enfocar bien.

 Juan buscó otra vez el encuadre y se notó que entre las luces de las farolas le costaba conseguir
 el efecto que quería para su foto.

 —Primero los edificios, luego el calvo, luego la luz... Esta luna no quiere mostrarse —dijo Fran.
 —A lo mejor si volviera a ver al «burricalvo»  sí que me ponía a perseguirlo con un arma.
 —Bueno, ¿qué ganarías?
 —Al menos quedarme a gusto. 

Oportunidad perdida

 

Por fin aquel día llegaría el paquete más deseado por la familia Gordal Palacios. La
lavadora había reventado literalmente hacía una semana. Era la segunda vez que ocurría
en pco más de un año y con una lavadora del mismo modelo. Esta vez no cometerían el error
de traer una igual. Habían preferido gastarse un poco más en otro modelo.

 —Ahoraaversinorevientaotravezporqueesto

esinsufribleyaestoydeseandoponer

lavadoraquetenemos
mucharopaatrasadayquetengabuen

serviciotécnicoporqueestoes

insufribleynoshemosdejadomucho
dineroenarreglarla...—dijo Doña Marta Palacios.
 —Me alegra no tener que ir a la lavandería otra vez —contestó Fran.

 La lavadora nueva fue instalada y se puso a funcionar sin problemas. Nuestro protagonista 
procedió a tender la ropa, y cuando abrió la puerta de la cocina y se dirigió al tendero observó
 que la terraza donde se ubicaba estaba completamente tomada por macetas sin plantas, por 
restos de mudanza, el tendero empezaba a destartalarse... Cayó en la cuenta de que habían 
perdido una oportunidad muy buena de despejar aquella terraza de trastos inservibles.

 —Joder, es que con la ropa normalmente esto no se notaba. Ahora a ver cómo limpiamos esto 

—comentó nuestro protagonista.
 —Pues esto no lleva menos de media hora —aseveró Juan que calculaba bastante bien esos tiempos.
 —Mañana habrá que hacerlo
 —Joder, pero con la ropa tendida, con el tendero que habrá que sacar...
 —Sí —sentenció Fran—, parece que hemos desaprovechado lo único bueno de no tener lavadora. 

Harry el sucio (Don Siegel, 1971)

 

 

—La primera de una saga

 de acción importante,

 otro registro más 

para Clint Eastwood 

después del de 

vaquero...—Comentó 

nuestro protagonista

 viendo Harry el Sucio.
 —Sí, aunque un poco justificativo de los justicieros, de los abusos policiales...—comentó Juan.
 —Ayhijoquécosastienesesunapelículahayqueverlaasísupongoquelagenteentiendeaunquesiempre
hayaalgúntaradoyademásClintEastwoodesunnúmerounoyaquíestácomonadiemirauébienluceademás
dequeelmaloesuncanalla...—terció Doña Marta Palacios.

 Esta discusión se daba en la casa de los Gordal Palacios cada vez que el duro policía interpretado 
por Clint Eastwood asomaba por la tele. En efecto la saga de Harry el Sucio es un puntal del género
 de Justicieros urbanos que tanto dio que hablar a lo largo de años. El protagonista, el inspector
 Harry Callahan se convertiría en uno de los personajes arquetípicos de Clint Eastwood solucionando 
con métodos tan poco ortodoxos como expeditivos los problemas de delincuencia de la ciudad de 
San Francisco. En esta primera entrega persigue a un sádico asesino inspirado en el célebre criminal 
en serie Zodiac, que de hecho se hace llamar con un signo del zodiaco, Escorpión. 

 —La elección de la ciudad supongo que está hecha con toda la intención, ya que es la ciudad progre

por excelencia de Estados Unidos, y más aún cuando se rodó la película —comentó nuestro 

protagonista.
 —Sí, pero estas películas siempre te ponen unos criminales que desbordan toda lógica para 

justificar a un policía sin escrúpulos —insistió Juan.
 —Bueno, como dijo mamá, es una película de acción. Y siempre se ha dicho que las películas

 de acción y policiacas son tan buenas como astuto y malvado sea el malo.
 —YotodoesonilopiensoyosoloveoaHarryconsupistolaycómoClintEastwoodarreglatodoqueparaeso
esClintEastwoodynocreoquequieradecirnadaademásesteasesinonodapenaanadieyunaestádeseando
queHarrylomachaque...—continuaba Doña Marta Palacios.
 —Escucha a mamá, Juan, es solo una película.
 —Sí, la verdad es que como película de acción es muy buena —concedió Juan.
 —Pues eso, siéntate y disfruta. 

Ficha de la película, aquí.

Buscando un filtro

 

—Pues no, aquí tampoco tienen los filtros esos —dijo nuestro protagonista después de echar una
ojeada en la sección de productos de limpieza del hogar de aquel supermercado.

 —Pues a ver dónde podemos mirar, porque desde

 luego eso hace falta —comentó Carolina 

Gordal.

 Carolina había dedicado la primera  mitad 
de la mañana de aquel día a limpiar el 
extractor de humos de la cocina. 
Fue muy clara en una cosa: la campana de humos necesitaba un nuevo filtro.
 Lo había buscado en varios supermercados, en droguerías, en establecimientos de ultramarinos... 
Y ahora con Juan y con Fran buscaba en su paseo de la tarde una tienda donde pudieran tener el
 mencionado producto.

 —Yo creo que eso se encontrará en una ferretería más que en droguerías o supermercados —comentó 

Juan.
 —Tiene razón —concedió nuestro protagonista—.Vamos a casa y mañana salimos a la ferretería de

 detrás de casa a preguntar ahí.
 —Pues vámonos, pero me molesta bastante dejar esto pendiente, no os voy a engañar —concluyó

 Carolina.

 Por el camino los tres hermanos comentaban lo infructuoso de su búsqueda, lo que dolía a Carolina

 dejar esa tarea a medias, etc. Carolina se quejaba continuamente.

 —Es que no me puedo creer esto. Me siento completamente inútil.
 —Vamos, Cárol —la consoló Fran—. Es algo que ninguno de nosotros compra habitualmente. Es

 normal.

 Ya llegando a su casa, Juan vio una última oportunidad de zanjar aquel asunto:
 
 —En los chinos de casa no hemos mirado —propuso.
 —Bueno, pues entrad, yo os espero —dijo Fran.

 Nuestro protagonista observó a sus hermanos hablar con el oriental dependiente de la tienda. Tenían 
dificultades para pagar.

 —¿Tienes un euro suelto, Fran? —preguntó Juan.
 —Toma, paga con esto.
 —Si no, tú no preocupes —dijo el chino—. Tú vive aquí al lado, no te escapas.

 Los tres hermanos rieron. Tenían por fin el filtro y Carolina podía quedarse tranquila.
 —Hasta nos hace bromas el chino —comentó—. Si hubiera visto cómo sufrimos...
 —Bueno, Cárol. Lo importantes es que lo tenemos. Y apréndete eso. Aquí venden el filtro —dijo 

Juan. 

 Y mientras, Fran imaginaba si en una película de Indiana Jones sería posible pasar tantas penurias
 como él y sus hermanos habían sufrido. Con final con broma de un interlocutor exótico incluida. 

La regresión de Juan a la infancia

 

 Estaba nuestro protagonista 

intentando acabar aquel 

formulario para su nuevo

 trabajo cuando de

 pronto sonó otra vez 

ese pitido.  Otra vez 

Juan estaba con aquella

 bocina del tipo antiguo, pera 

que se aprieta y trompetilla jugando a molestar. Fran montó en cólera y respondió:

 —Juan, en serio. ¿Qué tienes? ¿Cinco años? Ese juguetito no da más de sí.
 —¡Cómo te pones por nada! Venga hombre. Es cojonuda —contestó Juan riendo.
 —Es que una vez tiene gracia, pero ya se lo has hecho a mamá, a Carolina, a mí varias veces... Lo de 

Carolina de esperar a que estuviera dormida para soltarle el pitidito en el oído era la leche.
 —Todos igual. Con lo buena que es la bocina. Yo no sé si tú las habías visto.
 —Juan, eso ha existido de toda la vida y ahora es para niños pequeños. No creía yo que vería a un

 tío de tu edad pillar esa perra. Y por cierto, mientras escribo esto no hago lo del curro y hay que

mandarlo cuanto antes.
 —Sí, eso, ponme a mí como excusa para no cumplir con tu obligación.

 Nuestro protagonista sintió unas enormes ganas de dar una bofetada a su hermano, pero
 se contuvo. Volvió a concentrarse en escribir sobre sus datos de seguridad social,
 su DNI, su experiencia previa, cuando, de pronto, Carolina Gordal entro en casa y
 la bocina volvió a sonar.

 —¿Todavía con eso, Juan? —respondió Carolina—. Pareces un niño de ocho años.
 —Fran ha dicho exactamente lo mismo —contestó Juan riendo.
 —No, yo dije cinco años. En todo caso, la bocina, en defensa propia de los de esta casa, se va a

 ir a la basura en cuanto tenga ocasión.
 —Ponte a hacer lo del curro, vago —dijo Juan.
 —Ahora encima no puedo, porque no me concentro pensando en lo que haría contigo —sentenció

 nuestro protagonista.

Comics y formatos

 

 

—¿Todavía sigues con eso, Fran?

 —preguntó Juan Gordal a

 nuestro protagonista.
 —Sí, parece increíble. 

Últimamente parece 

que los tebeos me 

duran semanas.
 —El de El reloj del 

juicio final era una

 especie de novela 

gráfica continuando 

el estilo de 

Watchmen, pero este que es de chistecitos...
 —Pues es que leerse un tochaco de cientos de páginas de chistecitos tiene su miga.
 —Estás tardando como con el Hirosima de Keiji Nakazawa

 Fran rió con la comparación, ya que este manga era una serie de siete tomos y el grosor de cada 

uno no era nada despreciable. Se lo había leído en tres días. Y el Watchmen original en otros

 tantos. Lo que le parecía insólito era aquel recopilatorio de Para ti que eres joven, la clásica 

tira de El Jueves, que le estaba dando el mismo juego que todos aquellos tochos.

 —Normalmente esto era para una lectura ligera y rápida, pero en este formato se han juntado 

fácilmente 400 chistecitos que son muchos para leer del tirón.
 —¿Y te da que pensar tanto como las novelas gráficas?
 —Bueno, es como leerse muchos tebeos de humor seguidos.
 —Te estás pasando días de carcajadas, por lo menos.
 —Después de los días de sufrimiento de Hiroshima no creo que sea nada malo. 
 —El formato integral siempre mola más ¿verdad?
 —Sí, aunque esto estaba pensado para otro formato.
 —Ahora sabes que Hiroshima vuelve a salir recopilada de otra forma bajo en título de Pies

 Descalzos.
 
 Fran resopló y sentenció:

 —Bueno, no es cuestión de probar todos los formatos. Hiroshima estaba bien como estaba. Y esto 

está bien así.

Una prenda fabulosa

 

Nuestro protagonista observó la cuarta camisa de ese estilo que usaba en la última semana y media.

No imaginaba que las camisas de flores y tropicales para el verano fueran una prenda que le iba a

dar tanto juego.

 ⸺Joder, ¿para qué creías que las 
inventaron? ⸺le preguntó 
Juan Gordal.
 ⸺Si lo entiendo, pero es que son cómodas, 

pintonas, lucen, al menos 

con un tío tan guapo como 

yo...⸺respondió nuestro protagonista.
 ⸺Y son bastante asequibles.
 ⸺Como que voy a hacer de

ç ellas mi vestuario 

de verano principal.
 ⸺Bueno, pero en tal caso píllalas del rastro, que en los sitios de ropa normales son muy

 industriales.

 Fran pensó en que ya tenía tanto de tiendas clásicas como de mercadillo, y que todas lucían bien, y
 las oficiales no eran mucho más caras que las del Rastro. Pero era cierto que pese a ser del mismo 
estampado las del mercadillo tenían una personalidad a simple vista que se percibía.

 ⸺Me pondré una de mercadillo cuando quiera impresionar. Sólo falta que alguna chavala 

me vea con ellas ⸺comentó nuestro protagonista.
 ⸺¿Crees que caerán rendidas a tus pies? 

 Entonces Doña Marta Palcios se cruzó con los dos hermanos y comentó:

 ⸺Ayhijoquébienyquéguapoestásasínocomoconloquellevabaselotrodíaqueestabaarrugadísmoaversi
lollevasmásamenudoquetequedamuybienasíquieroverteynocomoibaselotrodíaquedabapename
tendríasquehaberdejadoqueteloplanchabas..
 ⸺¿Ves? Ya ha caído una mujer rendida ⸺dijo Fran riendo.
 ⸺Y encima una matriarca, que con los abrigos eran el oráculo ⸺recordó Juan⸺. A

 ver si en verano también aciertan con las camisas. 

Helado furtivo

 

 

⸺¿Pero qué haces 

hurgando en el helado?

 ¡Si ya te habíamos 

dado en la comida!

⸺ Dijo nuestro

 protagonista al 

encontrar a Doña Marta Palacios hurgando en 

el congelador.

 ⸺Ayhijotúnomevasadecirloqutetengoquetomarmepondréloquequieraaversiahoranovaapoderuna
darseuncaprichomeapetecíaylohecogidoquemeloqueréiscontrolartodoperoaúnpiensoaversimevaisa
quitardecomerloquequiera...
 ⸺Pero mira que te puede sentar mal, que gracias a Dios tienes bien el azúcar...
 ⸺Déjala que se de un gusto, Fran ⸺contestó riendo Carolina Gordal.
 Desde que Doña Marta Palacios había pasado por el hospital para recuperarse de una infección,
 afortunadamente poco grave, los tres hermanos la tenían entre algodones vigilando  todo lo que 
hacía o comía. La matriarca de los Gordal Palacios en general aceptaba las recomendaciones, pero 
había dejado que el helado de después de comer era una línea roja para ella. Ahora iba más lejos.

 ⸺Puesestaríamosfrescossiostuvieraquepedirpermisoparahacerloquequieraaversimepuedoserviryo
paraquévoyaesperarquemequeréisanularytodavíaestoyendisposicióndehacermuchascosasvoya
perderlassinomedejáis...⸺se justificaba Doña Marta.

 Esta última afirmación removió la conciencia de Fran. Era cierto que él mismo defendía que todo
 el mundo debe hacer aquellas tareas que estén a su alcance, que lo contrario mataba poco a poco a 
la gente. Sin embargo el azúcar seguía asustándolo.

 ⸺Fran, si lo hace es que está bien, no te preocupes ⸺comentó Carolina.
 ⸺Bueno, me fiaré de vosotros. Que disfrutes el helado, mamá.
 ⸺Claroquelodisfrutoytevoyaponerahoraatiquetúllevasmuchotiempoquenotomasyseguroqueunpoco
deheladoteaclararálascosasqueteveosiempremuypreocupadocuandoestásperfectamenteypuedes
hacermuchascosas...
 ⸺No quiero, mamá ⸺respondió Fran. 
 ⸺Puestelovasatomarporquelofigoyoqueaversiahoraunonovaaobedecerasumadreencuestionesde
comerquedesdequecobrasdineroestásmuyperdidoyesporquenotedasestaalegríatansimplelavasa
disfrutar...
 ⸺Joder, pelearme con mamá por no querer dulces nuca lo imaginé ⸺comentó nuestro 

protagonista.

Inoue-Fulton: un monstruo anda suelto.

 

 

—Es increíble. Este tío es

 impresionante —dijo 

Juan Gordal presenciando

 la victoria de Naoya Inoue  

ante el norteamericano 

Stephen Fulton.
 —Y Fulton estaba invicto

 y ha plantado cara. No puede

 decirse nada. Es así de bueno. Este japo va a reivindicar definitivamente los pesos pequeños.

 

Naoya Inoue era para 
muchos el mejor 
boxeador de la
 actualidad. Los
 púgiles japoneses 
siempre
 habían tenido fama 
de ser valientes y sacrificados, de plantar cara pero poco más. Inoue 
estaba demostrando que también podían boxear al máximo nivel de técnica
 y dominio del ring. Su oponente en esta pelea, Stephen Fulton, poseía 
los títulos OMB y CMB del supergallo, y parecía ser el máximo rival que
 tendría el magnífico púgil nipón para unificar el 
campeonato de la división, cosa que ya había hecho en el peso gallo. 
Pero Inoue demostró una vez más su valía y de principio a fin dominó el combate.

 —Se lo comió de salida, pero Fulton a partir del cuarto reaccionó. Metió al menos buenos jabs 

—comentó Fran.
 —Pero primero ya lo había arrollado y segundo hace falta algo más que eso para desarbolar a Inoue. 

Y la combinación final, en cuerpo y cabeza, increíble.
 —Por algo le llaman el monstruo.
 —Los japoneses siempre habían tenido valor y contundencia. Ahora  se han puesto en serio y van a

 tener muy buenos boxeadores, al menos en las divisiones pequeñas.
 —De momento disfrutemos con este monstruo, porque es único.
 —Yo esa combinación la voy a ver miles de veces. Se ha comparado inmediatamente con la de Thomas

 Hearns frente a Roberto Durán.
 —Son comparaciones de nivel. Demuestra que Inoue está con los mejores. 

Como siempre, este blog les ofrece el combate entero para que lo disfruten y saquen sus conclusiones.

¿Es el monstruo el mejor de la actualidad? 

Record hasta ahora de Naoya Inoue, aquí.

Record hasta ahora de Stephen Fulton, aquí. 

Jodiendo perros y personas

 

Fran y Juan Gordal andaban por aquel mercadillo a duras penas. Entre los puestos de comics,
ropa barata y antigüedades mejor o peor conservadas de diversa índole y de mejor o peor
gusto se movía una muchedumbre que volvía en verdad difícil dar el más pequeño paso.

 —Vigila bien, que aquí es fácil perderse —dijo

Juan a su hermano.
 —Bueno, que ya somos mayorcitos.  ¿Qué va a

 pasar? ¿Que aparezca un monstruo?
 —Creo que ni cabría aquí.
 —Igual se lo...

 Fran se interrumpió. Notó que algo húmedo rozó su antebrazo entre el gentío. Al bajar la cabeza
 vio a un enorme perro gran danés que intentaba pasar su corpachón por los espacios vacíos que 
quedaban entre el gentío, quedando con frecuencia su enorme corpachón retenido entre la multitud.

 —Parece que sigue a ese hipster que va delante de él. No lo lleva atado ni nada —dijo Juan Gordal.
 —Joder, pues yo no hubiera metido aquí a un perro ni del tamaño de Diez. Mira cómo va, es que se

 lo ve incómodo.
 —Y encima seguro que alguno lo pisa
 —Es verdad, que venir aquí en chanclas es terrible. Imagínate con cuatro pies descalzos.
 —Parece mentira la calma que mantiene el pobre bicho.

 El enorme perro casi desmontó un tenderete al seguir a su amo, que parecía no reparar en él y no

 lo esperaba. 

 —Bueno, no llega a ser un maltrato, igual ni se daba cuenta de lo que suponía para ese bicho meterse

 aquí, pero espero que no lo vuelva a traer —dijo Fran.
 —Sí, que ha jodido al perro y a la gente metiéndolo aquí —sentenció Juan.