sábado, 26 de junio de 2021

Nosotros llegamos primero.

 

 

Joder, Juan, qué bueno esto
 que recomendaste, es un descojono.
Si es que este tío, el Furillo es la 
leche. Está pegando el subidón ahora. 

Nosotros llegamos primero era una
fantasía entre cómica y diesel punk del
dibujante zaragozano Ignacio Murillo,
conocido como el Furillo, un nuevo
talento en la historieta local del país
que habitaba nuestro protagonista
que se había hecho famoso sobre
todo con sus historietas de humor
costumbrista exagerado, pero que

aquí protagonizaba un curioso

cambio de tercio: en la época en
que una oscura y rancia dictadura

dominaba dicho país, el gobierno tenía un plan secreto para adelantarse en la carrera espacial a

las dos superpotencias del momento. Se proponían llevar a un español a la luna, con la colaboración

de diversos científicos refugiados, sufriendo surrealistas espionajes de ambas superpotencias,etc.

El final era un giro de guion francamente
inesperado.

Es que lo curioso es que es una ucronía y exagerada, pero parece hasta verosímil —comentaba
 nuestro protagonista.
El traje espacial diseñado para remitir a la cultura española es increíble —comentaba Juan Gordal.
Y el dibujo de Furillo, que parecía muy exagerado siempre, aquí en los momentos de humor
 mantiene su histrionismo, pero es capaz de retratar otros ambientes cuando conviene.
Luego están todos los personajes que se inventa, la historia que está bien ligada, giros de
 guion constantes...
El final parece una vuelta del Furillo a la astracanada en la que se siente cómodo.
Pero cómo se adapta el personaje .
Bueno, es un cómic que hay que leer. Y el Furillo un dibujante para seguir con interés.
Y es que el humor no es un género menor, parece mentira que a estas alturas haya que repetirlo.


Ficha del cómic, aquí.

Obligación y precaución.

 


Llegó el ansiado día. Aquel sábado, por fin, en el país de nuestro protagonista permitían

relajar las necesarias medidas ante la pandemia que había sido el tema principal de todo
el planeta donde residía Fran. En concreto, las famosas mascarillas que cubrían parte
del rostro de los habitantes de dicho mundo desde hacía casi un año dejaban aquel día
de ser obligatorias en exteriores si se podían mantener ciertas condiciones de distancia
y seguridad. Pero nuestro protagonista, junto a Carolina Gordal que venía de visita
aquel sábado observó algo en la calle:

En general parece que la gente no se atreve a quitársela comentó Carolina Gordal.
Es que no es tan sencillo. Por ejemplo tú me decías que has venido en el tren y que tenías que llevarla. 
Sí, claro, que no es que no sea obligatoria, es que se relaja un poco su uso.
Solo hemos visto a un matrimonio que fuera sin ella.
La gente en general no se fía, que basta que se pasen un poco para que esto repunte, aunque 
ya muchos estén vacunados.

 En efecto, en los últimos días se hablaba de una nueva variante del virus llegada de un lejano y
 muy poblado país de ese mundo que se expandía rápidamente, aunque aseguraban los facultativos
 que la vacuna también era eficaz contra el mismo.

La suerte es que mamá ya está vacunada, que con ella bien estoy más tranquila ―dijo Carolina.
Pues verás cuando lleguemos a casa, que te cuente ella su experiencia.

 Nuestro protagonista abrió y la matriarca de los Gordal Palacios se abalanzó sobre su hija:

Holaminiñapasaquetengomuchoquedecirtequítatetidoydesinfectateyaveoquetútampocotehas
quitadolamascarillaquemiraqueyoconlasganasquetengomeladejopuestaporqueestamañanaalentrar
entodoasparteshabíaquevolveraponérsela...
Bueno, Carol  que te explique ella, que los que aún no estamos en edad provecta tenemos que seguir
 desinfectándonos y extremando la precaución.


jueves, 17 de junio de 2021

El último vulnerable.

 


Pues sí, tengo que irme

a que me vacunen —dijo

Juan Gordal a nuestro

protagonista.
Pues llegó el día.

Bueno, corre. A mí

todavía me toca esperar.

Ya me gustaría que me llamaran
aunque fuera de forma tan chapucera.

Y es que ninguno de los familiares de nuestro protagonista que iban recibiendo la dosis de inmunidad
para la pandemia que sufría el planeta de nuestro protagonista, y que, poco a poco, iba siendo doblegada
había sido avisado con más de doce horas de antelación. Pero eso era lo de menos. Nuestro protagonista
veía a todo el mundo a su alrededor ya protegido y él aún expuesto. Y no sabía cuando y cómo le iban
a avisar para vacunarse.

Bueno, Fran, eso significa que aunque te acercas a otra edad crítica aún eres joven.
Sí, lo miro de ese modo, pero se me hace raro ser el único que aún tiene que extremar las
protecciones, que embadurnarse de gel...
No sé si te has fijado en que el gel está cada vez más barato. Y la moda pandemia también parece
declinar.
Es una suerte vivir en esta parte del mundo, que ya ves en la tele cómo están las cosas. Pero yo
soy el único que aún puede tener un disgusto con este virus.
Hombre, Carolina y yo aún no hemos recibido la segunda dosis. O sea que todavía estamos
expuestos y encima somos más viejos.
Venga, anda, sal que ya se te hace tarde.

Y mientras Juan se iba Fran leía una vez más los protocolos de inmunización, los tramos de edad,

las cifras que había dejado el virus... Seguía comiéndose la cabeza, en suma. Bueno, intentaba

consolarse. También soy el que parece más probable que pudiera superar esta enfermedad si la acaba

cogiendo.




El fútbol nos trae esperanza.


 Aquella Eurocopa estaba trayendo esperanzas a nuestro protagonista, y no precisamente
futbolísticas. Curiosamente un ambiente como de desconfianza, de pesimismo envolvía a
la selección del país donde vivía nuestro protagonista. Aunque el fútbol era siempre
un entretenimiento nadie, tampoco Fran, confiaba en que el equipo nacional hiciera
grandes cosas. Sin embargo aquellos campos empezaban a mostrar un detalle que hasta hacía
poco más de un año se daba por descontado en un estadio de fútbol, pero que ahora era un
signo de esperanza: el público. Aquella edición del campeonato se producía en una fecha
redonda, hacía sesenta años de la primera celebración del torneo. A modo de homenaje se
había decidido que en vez de ser en un país concreto los partidos se celebraran en los
estadios más emblemáticos de todo el continente. Y eso permitía ver que según fuera
la situación pandémica de un país u otro, se permitían diversos grados de ocupación de
los campos. En el país de nuestro protagonista, por ejemplo se permitía ya llenar hasta
el 25% del aforo del estadio.

Qué aspecto más curioso tiene la grada, ya con público pero vacía en su mayor parte.Silovieramosantespensaríamosquehahabidoalgúnproblemaoqueelpartidotodavíanohaempezado
peroahoraesunllenazobuenoanimaunpocoyasevaacabandoestoahoranosésillevanlosaficionados
ademásdebufandasyloquesolíanllevarmascarillasycosasdepandemia...Hay hasta aficionados que dicen que se compraron cosas de pandemia y que los seguirán 
llevando, mamá.Cuandoesténloscamposllenosseguiránllevándoloserámásnecesarioquenuncahabiendoesa
concentraciónentiemposdepandemiaperosidicestúquesiguenllevándoloahorahabrámáscolorquenunca
enelcampo...Ya permiten aforo completo en países como Hungría, por ejemplo. Y si lo hacen se supone que 
es porque esto se pasa, mamá.Aysíaversisepasaqueestmoshartosyoestoydeseandoquitarmelamascarillacasimeahogoconellano
puedomástengounasganasdequeacabeenormesesunasuerteverquesedanpasosparaestomegustaver
genteenelcampo...Sí, el año que viene iré a ver al Atleti. 



sábado, 12 de junio de 2021

La impresora de los Picapiedra.

 


Ayhijoaversime

imprimísesopor

quetenemosque

cibtestaralosde

esosrecibosy

luegotieneque

vermeel
médicolasrodillas

yhayqueavisar

alotrositiodelosdel

reciboquellevamosyatresdíassinimprimiresoque
parecequenomehacéiscaso...—peroraba histérica Doña Marta Palacios.
Mamá, ya sabes que necesitamos la tinta para la impresora —contestaba nuestro protagonista.


Conseguir ese cartucho estaba resultando mucho más difícil de lo que pensaba nuestro protagonista,
pero lo cierto es que habían recorrido todas las papelerías del barrio, preguntado en unos grandes
almacenes y buscado en una tienda de impresión recién abierta y no había encontrado cartuchos para
su impresora. Solo le quedaba dirigirse a un establecimiento de material de oficina que conocía en cierta
calle. Allí le dejaron de piedra con la respuesta que le dieron cuando preguntó por los cartuchos:


No tenemos, estos ya casi no se usan, pero los podemos pedir.

¡Pero bueno! ¿Tan antigua es mi impresora?

Bueno, aquí tenemos material un poco más viejo, mire alrededor.

Fran observó que en efecto aquella tienda vendía cajas registradoras del tipo de los años 90,
máquinas de escribir eléctricas, y cintas métricas. Parecía claro que aunque su impresora siguiera
dando buen resultado y siendo compatible con su actual material informático era un modelo que ya
no estaba en boga. Sorprendido, pero sin otra alternativa, respondió al dependiente:

Vale pídamelo.
De acuerdo, deme su nombre para el pedido.

De aquello habían pasado tres días y en el momento actual tocaba ir a recogerlo:

Nomedigasquenoeramuchomejorqueahoraquehayquesacarlotododelinternetynoteatiendeny

miralosjaleosquesuponetenerlamenorcopiadenadaytodosloslíosquenostraemosyhastenidoqueiratantos

sitiosysigosincartuchos...Eso es por tener material antiguo, no nuevo.

Puesseráperosiguessinpoderhacérmeloyestosiguesinhacerseymepidenmáscosasytengoquedarlo

yayenelmédicotambiénvoyatenerquellevarunacopiadeotracosaparaquemecitenynoestáimpreso
cuandoantessehacíatodoconesashojasquecopiaban...

Bueno, mamá, hoy lo haremos. De todas maneras mi impresora igual es de los Picapiedra, pero
tú eres de cuando se hicieron los Picapiedra, hablando de ir y de impresos al carboncillo.




Dar salida al pescado

 


Pues si a ti te parece bien

vamos a comprar este pescado,

pargo —dijo Juan Gordal a nuestro
protagonista.
Claro que me parece bien, hasta

a mamá le gustó.


Este pez lo habían conocido los dos hermanos hace poco, era un pescado blanco muy bueno para
el horno. Parecía ser habitual en ciertas zonas del país que habitaba nuestro protagonista, pero
desde luego no en los mercados de la ciudad concreta de la ciudad concreta en que vivía. Era
semejante en forma a una dorada, pero de un color rojo más vivo y bastante más grande que ese
pescado criado en piscifactoría y mucho más habitual en los mercados cercanos a nuestro héroe. Fran
observó que había tres piezas de diferente tamaño.


Yo creo que con el grande tenemos para comer los tres bien —dijo.
Si os lleváis este otro más pequeño os cobro medio euro menos por kilo —propuso el pescadero.
Va a ser mucho. ¿No, Juan?
Deja, hombre. ¿Pero no eras tú el fan de los pescados al horno?
Sí, claro. Bueno, que lo meta.
El dependiente comenzó a desescamar los dos pargos, y después de recortarlos un poco volvió a
dirigirse a Fran y Juan:
¿No os queréis llevar también el último y os cobro un euro menos el kilo?
Pero es que ya es bastante lo que llevamos.
Déjalo, Fran, que nos lo llevamos,
Bueno, venga, ya le daremos salida.


Así los dos hermanos se llevaron casi cuatro kilos de pescado a casa, y habían gastado más de lo que
esperaban.


A ver ahora cómo lo comemos todo, van a ser tres días —dijo Fran Gordal
Me ha sacado cuatro euros más —añadió Juan.
Y ha vendido el stock. Encima decía que nos hacía un favor.
Me da que voy a tener que hacerte más caso cuando hables de pescados.
Bueno, pues ve pensando recetas de fumets, de horno, de salsas... Porque ahora habrá que darle salida.
Como ha hecho el pescadero.


viernes, 4 de junio de 2021

El hombre que pudo reinar.

 


Parece mentira lo que molan estos argumentos, y mira que es básico, dos buscavidas occidentales en un lugar remoto ⸺dijo nuestro protagonista viendo aquella película.
Y aquí yo veo además que sin marcar a los lugareños y a la otra raza, ni demonizar a los blancos ⸺añadió Juan Gordal


El hombre que pudo reinar era una de las películas más amenas y bien acabadas del director John Huston. Encabezada por dos de los actores más prominentes del cine británico, Sean Connery y Michael Caine, lleva a la pantalla un relato de aventuras de Rudyard Kipling sobre la base de la experiencia colonial inglesa del siglo XIX y lo que él llamó “el gran Juego”. Caine y Connery interpretan a dos soldados indisciplinados y disolutos del imperio colonial británico que por puro azar descubren una ruta hacia el olvidado reino de Kafiristán. Tras entrar en contacto con los nativos, uno de ellos es tenido por un Dios, situación que se complica cuando los nativos descubren que no es tal.

Es muy típica de Kipling, se nota su mano en todo ⸺comentó Juan.
Y John Huston entendía el cine de aventuras como nadie ⸺respondió Fran.

También Caine y Connery están tremendos en sus papeles. Caen simpáticos, se los ve valientes, decididos, pero humanos a pesar de todo.
Y los nativos al final les demuestran que no están por encima de nadie.
Lo típico de los occidentales que se creen superiores, que llegan a ser considerados dioses, pero que se llevan un chasco.
Y todo ello, insisto, logrando que Caine y Connery tampoco caigan mal, se los ve aprovechados, trepas, buscavidas, pero tampoco unos desalmados.
Y Kafiristán hoy es parte de Afganistán o sea que al menos en la distancia, nos parece igual de salvaje e inhóspito.
Sí, algunas cosas son difíciles de cambiar.


Ficha de la película, aquí

Fue una vampiresa.

 


 Fran notaba que algunas personas se le quedaban mirando. No comprendía bien qué le llamaba la atención. Lo primero que pensó es si llevaría la bragueta abierta, pero ya lo había comprobado varias veces y seguía igual. Tampoco tenía ningún roto en la camiseta ni mancha llamativa. Entonces ¿por qué se volvían las cabezas a su paso? Al pedir los periódicos en el kiosko la kioskera le dijo sonriendo:

¿Pero te ha mordido un vampiro?


 Fran al principio no entendió la broma, pero entonces reparó en aquella zona del cuello que le picaba y recordó el corte que se había hecho al afeitarse. Corrió a casa a ver hasta donde había llegado el efecto del mismo. Ante el espejo se quedó perplejo. El corte era mucho más grande y visible de lo que había supuesto. Lo lavó con cuidado para no arrancar la costra y cuidando de que no volviera a sangrar, pero justo en la zona donde se unía su mandíbula con el lateral de su cuello tenía unos 6 centímetros de tajo y cicatriz.


Ayhijoquehorrorparecequetehanintentadodegollarperocomotehashechoesodeberíasponerteuna
tiritaperocómotehashechoesabrabaridadestássegurodequenohayqueiralmédicoyahoraaversinotelo
levantas...
No pasa nada, mamá, pero lo jodido es que es muy visible
Igual debías ponerte una tirita ⸺terció Juan.
No sé, yo creo que ahora que lo he limpiado y ha parado de sangrar tampoco es tan espantoso.


Durante el resto del día Fran reparó en que la cicatriz le tiraba levemente del cuello cada vez que giraba la cabeza para ver algo, pero no daba problemas. Entonces se quiso quitar una mota de polvo del cuello y... sí, aquello que tenía en los dedos era sangre. Corrió a los lavabos de una cafetería a hacerse una cura, lo cierto es que no le parecía que aquella vez se hubiera abierto tanto como la primera, pero la sensación molesta de ser observado en la calle era cada vez mayor. Calculó que la herida tardaría en írsele cinco días. Hasta entonces, pensó que tendría que aguantar escenas y preguntas.


Por lo menos ⸺le sugirió Juan⸺, si te preguntan di que te ha mordido una vampieresa despampanante de esas.
Sí, será lo mejor ⸺sentenció Fran.


miércoles, 2 de junio de 2021

El baño se reveló.

 

 

Nuestro protagonista entró

en aquel baño. Abrió

la cremallera de los pantalones,
y se dispuso a realizar lo que

se haría en un lugar así. Cuando

estaba en medio de la tara
la luz se fue. Mejor ni me

muevo, pensaba Fran, creyendo

que estando ya apuntado hacia

el agujero podría mantener la posición buena, y de pronto volvió la luz

pero no como esperaba Fran: la puerta de aquella cabina se abrió y quedó expuesto a la

calle.No tuvo más remedio que parar para arreglarlo. Se dirigió hacia el botón de

apertura de la cabina, lo presionó varias veces con progresiva ira y desesperación. No

había acabado de cerrarlo del todo cuando de pronto observó cómo una especie de aspersor

soltaba el producto de limpieza, y ya no le quedó otra que abandonar el proceso. Salió a

mitad de la calle , donde veía que el cartel luminoso que indicaba el estado de aquellos

aseos decía: “En proceso de autolimpieza, espere, por favor”. Maldijo todos los adelantos

técnicos que él calificaba de peoras y los sistemas de limpieza inteligentes. Se preguntó

quién llevaría el estado de aquellos aseos y se dijo que tenía trabajo por delante. Dos

transeúntes que pasaban se le quedaron mirando pues tenía restos del producto de limpieza

por todas partes. Un producto espumoso que por supuesto olía mucho a desinfectante.



¿Qué te ha pasado? —preguntó uno de los transeúntes.
Creo que absolutamente todo lo que te puede pasar en un aseo público en minuto y medio

—respondió nuestro protagonista.

En una lapso de tiempo seguramente menor del que había pasado dentro de aquel aseo todo rastro

de su aventura desapareció, pero no pudo quitarse de la cabeza que la gente lo miraba por la calle,

que iba dando la nota.

Pues poco tienen que ver si eso les llama la atención —le dijo Juan Gordal en casa cuando llegó.
Puede ser, pero lo que me ha pasado lo intenta imitar un cómico de la tele y no le sale igual.