viernes, 27 de mayo de 2022

Carolina y lo del mono.

 

 

Ayhijacomoseteocurresalir
hoymiracomotieneslagarganta
averloquepuedeshacerasí
miraquehas
tenidoqueiralmédicoyte
hamandadoquetehagaslas
pruebasCOVIDymiracómotienes
lavoztetendrías
quequedarencasaabrigada... —peroraba Doña Marta PalaciosMamá, hacen treinta grados. Y esto no tiene nada que ver con el frío —comentó Juan GordalHasta la médica se ha echado para atrás con lo de las pruebas —añadió Carolina con el hilo de 
voz que le quedaba.

Carolina Gordal se había levantado afónica y había acudido al médico a mirarse aquella afección
y solicitar una baja, toda vez que en su trabajo necesitaba la voz para desempeñarlo. Aunque la
pandemia ya estaba de retirada, la doctora iba a hacerle una PCR, pero después de un examen más
detenido descartó que Carolina estuviera sufriendo el mal de los últimos años.

Eso demuestra que ya son otros tiempos. Hace unos meses te la hubieran hecho sí o sí 
—comentó Fran.Pues podrían haberme hecho también la prueba de la viruela del mono —dijo Carolina 
riendo.

Carolina hizo aquella observación con ironía, pero en las mentes de Doña Marta y de Fran se
apareció el fantasma de la nueva alerta sanitaria que afligía a su planeta.

La viruela afecta a otros órganos. No creo que sea ese mal —sentenció Juan.Ayhijanodigasesoqueyohevistoalospobreschimpancésqueseponenmuymalosylosnegritosquelo
sufrenquelessalenunosbultosmalísimosaversilovasatenervetealmédicoahoramismoyonomequedo
tranquilasino... —se desgañitaba Doña Marta con el terror pintado en la voz y en el rostro.Joder, Carolina, ya tienes tres horas de madre asustada y martilleo constante—dijo nuestro 
protagonista.Mamá, que era broma —la tranquilizó Carolina con la pocavoz que tenía.Puesyoquieroquesevayalodelosmonosesterriblenosesaledeunaynosmetemosenotraahoratenemos
quetenermuchocuidadonotehanhecholaspruebasyonoquierocreermeunamonaycolumpiarmemira
cómoseponenlosafectados...Por esto, por esto es importante medir las bromas —sentenció nuestro protagonista. 


Libros, monos y pandemias

 


Como muchos otros acontecimientos anuales, la Feria del Libro de la ciudad donde vivía
nuestro protagonista volvía a levantar sus puestos tras un año de ausencia y un segundo
en el cuál fue suspendida y desplazada de fecha, con un aforo, además, que hizo en muchos
casos imposible una visita en condiciones. Fran manejaba ya un largo catálogo de libros
y cómics que podría comprar, así como de autores a los que pediría firmas o preguntaría
por su obra.

Aquí estamos otra vez, Fran. Parece que ha pasado un

mundo desde la última vez —dijo Juan Gordal.

La última vez vinimos con unas mascarillasnos tuvimos
 que aguantar una cola tremenda para entrar.Mira, aquí tienen varios de Carlos Giménez.

Fran cogió un ejemplar de aquellos tomos y lo ojeó, pasando las páginas y disfrutando del
momento. Nadie le llamó la atención por hacerlo con sus manos sin tratar ni desinfectar,
aunque poco después vio que había un bote de gel en la caseta, que seguramente recomendaban
usar, pero que nadie le reprochó no haber utilizado.

Y toda esta gente andando feliz, sin mascarillas... Hemos vuelto a la vida anterior, Fran 
—explicó Juan Gordal.Lo que pasa es lo mismo de siempre con todo esto. Todos felices, pero no se sabe  si hacemos 
bien en dar ya esto por superado.

Fran encontró una nueva obra que llamó su atención: La Bestia, una nueva visión del conocido
animal fantástico creado por André Frankin: el marsupilami.

Parece más realista, con el mono ese o lo que sea muy natural —comentó Fran—. Es lo que me 
quedaba por ver. Ya sabes que yo siempre digo que las historias realmente buenas incluyen un 
gorila, mono o similar. Muy bueno para acabar la temporada pandémica.Pues ya sabes que dicen que ahora viene la viruela de los monos.Bueno, si inlcuye monos, será mejor que la COVID 19 —sentenció nuestro héroe. 

miércoles, 18 de mayo de 2022

Voces de mando y de terror

 

 

Y no me vengas con que no lo sabías
que ya te lo expliqué otra vez. Al atún
 se le echa aceite para que no se ponga
 mala la parte emergida. ¡Que de verdad 
que me tienes harta! —gritó Martina a
 nuestro protagonista.Sí, si ya lo sabía, pero hay que coger 
costumbre —respondió cabizbajo Fran.Pues ya llevas aquí mesecitos 
suficientes.

Martina era la inmediata superior de
nuestro protagonista en el trabajo en el que se había desempeñado durante aquellos meses. En
cierto modo le recordaba a su hermano Juan, porque era noble, transmitía cierta ternura —sobre
todo cuando hablaba de su pequeño retoño—, pero tenía muy mal carácter. Y cada vez que gritaba,
a Fran le pegaba un tremendo susto. Y eso que nuestro protagonista le sacaba la cabeza y algo más
de altura. Sí, no cabía duda, aquella mujer regordeta y resuelta tenía dotes de mando. Mientras
recogía su material y se preparaba para volver a casa, Fran se preguntaba si sería así de contundente
ante cualquier situación de su vida. Si el mencionado hijo de Martina recibiría brocas semejantes.
Si esta se echaría atrás ante alguien. Todo esto bullía en su cabeza mientras en el vestuario dejaba
su ropa de trabajo y se vestía de calle. Y de repente un grito, una vez más ensordecedor, pero que
parecía reflejar terror y no autoridad, lo sacó de sus reflexiones. Fran se tapó lo más rápido que
pudo con un pantalón y una camiseta y salió. Otros lamentos no menos sobrecogedores venían
del vestuario de chicas del trabajo. La voz era sin duda de Martina.

¿Pasa algo?  —preguntó Fran desde la puerta.¡Entra, por favor!  —le gritó su jefa.

Fran pareció no entender. Entrar en un vestuario femenino era una fantasía calenturienta de
muchos machos adolescentes de su especie, pero él había superado esa edad. Y seguramente
incluso a los 18 años se hubiera sentido extrañado de tal petición.

¿Has dicho que...? —acertó a preguntar.¡Pasa, joder!  —gritó Martina con rastros de terror en la voz.

Fran se decidió a entrar. Martina estaba aún vestida de trabajo, y otra compañera suya se reía
con una camiseta de verano desde detrás de la jefa de nuestro personaje.

¿Qué pasa?  —acertó a preguntar Fran.Mírala, esta detrás de ti.

Nuestro protagonista se volvió y para su sorpresa encontró que lo que asustaba de tal modo a
su superiora era una minúscula cucaracha. Fran soltó dos carcajadas y dijo:

Ni que fuera un tigre, Martina. Anda, ahora la saco.



¡No! ¡Mátala! ¡Mátala!  —gritaba  la jefa.Dile tú algo, Sofía  —pidió  Fran a su otra compañera en el vestuario —. ¿Por qué voy a matarla
 si es inofensiva y se puede ir?¡Yo no trago a estos bichos! ¡Son superiores a mí!

Finalmente Fran no puedo llevarla fuera de la estancia y, con algo de pesar, dio muerte al insecto.
Mientras lo tiraba a la basura pensó en voz alta:

Pobre bicho, tiene que morir porque asusta a un ser unas 10000 veces más grande que él.Sí, pero que a saber lo que trae. Venga, sal ya de aquí  —dijo Martina recuperando su voz de
 mando.Con esa capacidad podrías haberla amaestrado y hacerte famosa  —sentenció Fran mientras
 cerraba tras de sí la puerta y se dirigía a su hogar.


Los gorriones matinales

 


Nuestro protagonista se despertó y se dirigió al baño pensando en si volvería a poder
dormirse antes de que el despertador le comunicara que su jornada empezaba, pero sin
saber exactamente qué hora era, había un indicador claro de que no podría conciliar un
largo sueño: aquella bandada de pájaros cuyos trinos escuchaba todas las mañanas cuando
se levantaba ya estaban en pleno festival. No sabía qué pájaros eran, pero como
mensajeros eran más efectivos que cualquiera de las famosas palomas que en otros tiempos
se habían usado.

Amílosquemeintrigansonunosquecreoquedebensercotorrasporquelosoigogritardeformaqueamí
medaesaimpresiónperonuncaloshevistonoséyoquepuedenserperosíestoslosoigotodaslasmañanasno
sésiaotrashoras...  —comenzó a perorar Doña Marta Palacios.Se los oye también por la tarde, mamá. Se ponen activos a las horas de crepúsculo, ni de plena
 luz del día, ni en noche cerrada —respondíó nuestro protagonista.

Al mediodía, Fran se dirigió al punto limpio del barrio a deshacerse de unos cuantos aparatos
viejos, cuando oyó unos trinos similares, aunque más débiles a los que solía escuchar por las
mañanas. Miró a una ventana, y para su sorpresa vió que unos gorriones estaban criando allí. Los
trinos que oía eran los de los polluelos pridiendo comida a sus padres. Debían tener más hambre
por las mañanas, ya que a esa hora su canto era más alto y constante. Al modo de lo que muchas
veces había visto en los documentales, nuestro héroe observó a la madre gorriona depositando una
bocanada de comida en el pico de sus crías. Volvió a casa y se lo explicó a su madre.

Aypuesvamosalparqueaversivemoslascotorrasaverquépájarossonesosquegritancomoyotedigoque
metienenmuyintrigadayademássuelencantaralmediodíanocomolosgorrionesquetúdicesqueoyesporlas
mañanas...Mamá, ha sido pura casualidad que los viera.  Además trinan todo el día, pero se ve que por las
 mañanas son más activos.Yomevoyahíahoramismoventehijoquelesllevaremospanparaquesuspollitoscrezcanenpazque
siempreesbonitoayudaralosanimalesytehacenunserviciodedespertadorseguroqueloagradecen
enséñameelnido...A ver si ahora vas tú a devolverles la murga del alba.

miércoles, 11 de mayo de 2022

Tyson Fury - Dillian Whyte: ¿el adiós del campeón?

 


Pues dicen que será su última
 pelea. Y a verdad es que poco
 más tiene que demostrar —dijo
 Juan Gordal después de ver el
 último combate de Tyson Fury,
 contra Dillyan White.No sé lo que yo haría si fuera
 él. Desde luego lo que ha demostrado
 es que no es un brutito como uno 
esperaría de un boxeador con su físico.
 Ha sabido templar y manda como nadie.

 En efecto el llamado Rey Gitano era un boxeador al que algunos habían dejado de lado y 
hecho de menso durante gran parte de su carrera. Cuando tuvo sus peleas con el pegador
 Deontay Wilder demostró que sabía boxear, y de ahí en adelante lució siempre dominio, 
templanza, conocimiento del ring, movimiento... Una capacidad y versatilidad impropias 
de un boxeador de su tamaño y corpulencia. Ante Dillian White, en combate celebrado el
 23 de abril de 2022, controló la pelea como quiso. El también británico Whyte se desesperó
 intentando entrar en su distancia y él pegaba y controlaba como nadie más sabía hacerlo en
 aquel momento. En el sexto asalto, después de que Whyte tampoco consiguiera embarrar la 
pelea cuando quiso detener el aluvión, el dominio ya era arrollador. Solo bastaba que Whyte 
intentase de nuevo acortar la distancia para que se comiera un uppercut demoledor de Fury.
 Dominio abrumador y tremendo toque final. Luego, sí, anunció su retirada del boxeo.


En su mejor momento no
debería irse —comentó Fran.Yo también lo creo, pero 
este es un boxeador diferente. 
Ya ha demostrado que no le
 importa mucho el dinero
 porque ya tiene para vivir, 
y ha ganado a todos los 
importantes
 del peso.Debería al menos boxear con JoshuaSi por mí fuera, esa pelea se haría. Y yo creo
 que seguirá pero, desde luego, también entiendo su postura.
Aun así, ahí queda su carrera. Desde luego, con su recorrido, es un boxeador por el cuál es 
difícil no sentir simpatía.
 Sea como fuere, Fury ha dejado ya varias peleas memorables, y en la última dio una cátedra de 
cómo controlar un combate en la gran categoría.. Aquí tienen como siempre el vídeo para juzgar
 ustedes mismos. 


Récord de Tyson Fury, aquí.
Récord de Dillian Whyte, aquí.

La calentura

 


Cuando se puso a desayunar,

nuestro protagonista notó

aquella sensación en el

labio. Una

calentura lejos de la

comisura, casi lindando

con el centro del labio

superior. Una de las

cosas que más le molestaban de las que era norma que le ocurrieran.

Ayhijonotetoquesesoquesiemprequetesaleunacalenturatienespropensiónareventártelayasísete
extiendeconlofácilqueessitedaspomadaylasdejassecarsintocarybúscateunvasoparatísolonobebas
dondetodos...

Mamá, sé perfectamente qué hacer,no es la primera vez que me sale una calentura.

Aun así nuestro protagonista decidióextremar las precauciones para no reventar las microvesículas
que se le habían formado. Habitualmente lo hacía, lo cuál solía degenerar en heridas abiertas que
tardaban varias veces en cicatrizar. Sin embargo a la mañana siguiente nuestro protagonista tuvo una
desagradable sorpresa:

¡Se me ha extendido por todo el lado izquierdo del labio! Creo que nunca había tenido tanta 
extensión mala.Tedijequenotelareventarashijoqueseibaaextenderandadatedemipomadaparaquitértelomiraquetelo
advertíperonuncamehacescasoporqueoshadadoporquenadadeloquedigatienevalormeanuláiosynoos
importanadadeloquediga...Mamá, precisamente he puesto todo el cuidado posible en tocarla lo menos posible y este es el
 resultado. Creo que es al revés, a partir de ahora en cuanto me salgan melas reventaré.Nodigastonteríasyhazmecasocógeteunvasoparatisoloquesinonoslovasapegaratodosmíratehasta
dondesetehaextendidotendríasqueatendermecuandodigolascosasaversiconlapomadasetepasaamí
siempremehaidoestobien...

Nuestro protagonista reconoció que su progenitora tenía razón con lo del vaso y marcó uno con
pintura blanca para que fuera el suyo. La calentura fue mejorando, pero dejó varios días una herida
abierta del tipo de las que no quería nuestro protagonista en toda aquella extensión de su boca. Pero
por fin llegó el día en que se libró de aquel mal. En su cabeza, sin embargo bullía un pensamiento:

Ojalá me salga pronto otra calentura para reventármela —se dijo para sí viendo lo que había
 ocurrido la vez en que más había obedecido la recomendación de no explotarla. 


sábado, 7 de mayo de 2022

Una nueva técnica

 




¿Qué es esto? —preguntó Carolina Gordal al ver aquellas dos amorfidades en la plancha de horno
—. ¿Has vuelto a intentar lo de las tortillas?
Claro que sí, lo haré hasta que me salga.


Nuestro protagonista seguía empeñado en aprender aquella técnica culinaria necesaria, según él,
para avanzar en su trabajo. Le habían explicado una forma de dar las vueltas a las tortillas lanzándolas al aire, pero no le había salido por el momento. Como en el trabajo le era imposible practicar aquello había decidido hacerlo en casa. El resultado solían ser tortillas comestibles, pero de las cuales se perdía la mitad en aquel lance, y que además perdían la forma.


Pero Fran, si no es necesario, si en el mismo trabajo te han dicho que basta con un plato y que no te metieras en líos.
Y allí lo sigo haiendo así, pero en casa quiero practicar para aprender.
¿Y como no te dejan tirar los huevos en donde curras vas a hacerlo aquí?
A fin de cuentas llevo unos días gastándome el dinero en huevos para poder hacerlo. No os obligo a pagar a vosotros.


Al decir esto, Carolina cayó en la cuenta de por qué llevaban varios días sacando las bolsa de basura llenas de cáscara de huevos y cartones. Fran seguía incasable con su tarea.


¿Hasta cuando vas a seguir con eso? ¿Qué ganas?
Rapidez en mi trabajo si aprendo a hacerlo.
Pero nos vas a ocupar la cocina y a dejar sin huevos.
Tú cállate que bien contenta estás comiéndote las que salen mal.
En eso tienes toda la razón.



Doña Marta un año más

 


Ayhijosmenosmalqueostengoatodosjuntosestoy

muyciontentaconvosotrosynomecansodecumplir
añosavuestroladosoislomejorquemehapasadoyesperoseguirmuchosañosconvosotrosnuncadejáisde
sorprenderme... —decía Doña Marta Palacios el día de su cumpleaños.
Nos alegra verte que de momento sigues con ánimo y energía, mamá —respondió nuestro protagonista.
Síjijoperoestascomidasquehacéisvosotrostenéisquedejarmehacerlacomidaamigustoundíaque
hastameduelemáslaartrosisconestoqueponéisyelcasoesqueestábuenoperonuncasehahechoasíyoestoy
deseandoquemedejéisundíahacerla...
Mamá, son lentejas con otro aliño —respondió Juan Gordal sobre su guiso de esta legumbre con verduras y carne fresca.
Seguro que con esto no protesta tanto —añadió Carolina y dejó sobre la mesa sus huevos de chocolate de Pascua—. Como dijiste que querías más al final de la semana santa...
Ayhijaquécosastienesdameunabrazonooscambiopornadayonopidomásquevosotrosparaestarfeliz
pormásquepasenlosañossigofelizporquevostrosmerodeáisseguroquetodosjuntosempezamosasubir
Frantieneporprimeravezenmuchotiempountrabajo...
Con eso te he comprado estas petunias, mamá. Que no todo va a ser comida —dijo nuestro protagonista y le entregó estasplantas.
Aymuchasgraciashijodameunabrazotengotodoloquemehacefaltayahoraseguroqueyaempezáisa
lograrcosasyJuanaescribirmuchoqueyatienepremiosaverelañoquevienconquémesorprendéisyaver
simeacompañáisalcine...


Oyendo esto, nuestro protagonista hizo una reflexión. Si le reconfortaba ese abrazo de su madre y que fuera feliz en sus cumpleaños, llevaba demasiado tiempo estancado. Ahora que él tenía al fin un trabajo, Carolina se había rehecho de sus últimos reveses que le habían obligado a volver y Juan volvía a escribir, el año que viene debían celebrar el cumpleaños de todos en mejores condiciones. Que así fuera. Este año podían todos decir que habían avanzado un paso.



domingo, 1 de mayo de 2022

Medio minuto

 


Al entrar en su casa tras aquellos recados, nuestro protagonista corrió a hacer la que desde

hacía tiempo era la primera tarea al llegar al hogar: lavarse las manos durante un
minuto. El lavado de manos fue una de las primeras imposiciones que se pusieron en
práctica en la pandemia. Antes incluso de confinar a lagente se les recomendaba
lavarse largamente las manos para destruir los virus que pudieran quedarse adheridos.
Nuestro protagonista desde entonces no se lavaba las manos más a menudo, pero sí que
estaba un minuto cada vez que lo hacía. Entonces Doña Marta Palacios le llamó:

Hijoquéestáshaciendodejaesounmomentoaversipuedesayudarmeconestocuantotiempollevassiya
estánrelajandolasmedidasyocreoquenoesnecesarioqueestéselminutoenteroaversiahorapuedes
ayudarmeaprepararestosboquerones...Es necesario, mamá. Yo sigo un minuto.

Cuando acabó, nuestro protagonista echó una ojeada a lo que le decía su madre: en efecto
había para la cena un enorme montón de boquerones que ocuparía mucho tiempo para una
persona sola. Nuestro protagonista se arremangó y se puso junto a su progenitora a despachar
el pescado. En diez minutos el montón de pescado estaba listo para freír. Pero una vez más sus
manos necesitaban un lavado. Nuestro protagonista sentía cierta pereza ante la idea de volver a
frotar largo tiempo. Y tomó la decisión: a partir de ahora, salvo el lavado de manos al volver de
la calle, estaría medio minuto, no uno entero. Si todas las medidas se iban relajando, era absurdo
tomar más molestias en una de las tareas diarias más tediosas. Así lo hizo y llamó a su progenitora:

Cuando quieras puedes lavarte, mamá.Ayhijomenosmalporquelosboqueronesestánmuybuenosperoquépesadezlimpiarlosycómotedejan
lasmanosyahoraunminutodefrotarylavarconlaperezaquedaaunquetúhasacabadomuyrápidoaversiyo
melavo...Yo ya solo he estado medio minuto, mamá.Ayhijoquécosastienesyotengomuchasganasperoamímedamiedoyosigounminutomiraquedespués
detodoloquehemosaguantadoseestropeatodoahorapornotomarlasmedidasaúnpodemossoportarloun
pocomás...

Fran comprendía las razones de la matriarca de la familia, pero en algún momento habría que
empezar a retomar el ritmo normal. Así, aquel día se convirtió en el de un paso más hacia su vida
habitual.


Misma estrategia hasta el final

 


Mientras miraba las noticias en el móvil en aquel convoy de metro que le llevaba a su
trabajo nuestro protagonista sintió cierto picor en la barbilla y se la rascó, sintiendo
aún la mascarilla que en aquel espacio, el transporte público, seguía siendo preceptivo.
Y entonces cayó en la cuenta de que a su alrededor todos los pasajeros de ese tren
suburbano llevaban la cara descubierta. Sin duda las ganas de superar la pandemia, junto
al último paso dado hacia la libertad, habían llevado a la gente a descuidar las últimas
y ya muy laxas medidas de prevención. Tampoco nadie parecía reparar ya en aquellos
detalles. Si durante la pandemia había gente que dedicaba todas sus energías a vigilar la
observancia de las normas por parte de sus ciudadanos, vigilando que no se adelantaran
un paso en las colas de los supermercados, que no salieran más de dos veces de su casa,
etc, ahora ya todos parecían ir a su aire. El caso es que nuestro protagonista era
ahora mismo el único que sentía que seguía cumpliendo las recomendaciones de las
autoridades. En realidad durante casi toda la pandemia había sentido ser el que mejor
guardaba esas normas. Mientras pensaba todo esto ocurrió un incidente propio de aquella
época: las tiras de su mascarilla se rompieron. Se la quitó e intentó arreglarla. Entonces
potro pasajero le habló por primera vez:

No se complique usted, hombre, si ya no hace falta la mascarilla.
Aquí en el metro sí.¿Ah, sí?¿Pero no las habían quitado en interiores?Pero hay excepciones.

El interlocutor de nuestro protagonista se retiró con un gesto pensativo y asombrado al mismo
tiempo. Fran se preguntó si ahora empezaría a decir a todo el pasaje del vagón que se pusieran
la mascarilla. Por fin consiguió hacer un nudo con las tiras de su protección. Al colocársela se
sintió estúpido siendo el único en aquel vagón que la llevaba. Pero así sería hasta el final:
cumpliría mejor que nadie las normas, y no daría la tabarra a los demás con ello.