-Pues hay que decirlo, ¡Qué mal he
comido hoy! -dijo nuestro protagonista al cabarse su ración de
carne.
-Es que estaba hecha sin tiempo, no ha
estado al fuego lo suficiente -añadió Juan,
-Ayhijoquepesadossoisyolohehecho
conmimejorintenciones
verdadquelamañanasemehaidounpoco
´leyendoperomehepuestoencuantohe
vueltoynuncaosgustanadadeloquehagoparecequevayaen
desgracia...
-Te dijimos si lo hacíamos nostros,
mamá, y casi te enfadaste.
La carne se quedó casi en su
totalidad en la fuente, ya que nadie podía negar que sabía
demasiado a cebolla cruda y vino poco reducido. Mientras se llevaba
la olla a la cocina, Fran observaba la salsa.
-Se ha quedado blanca, Fran. No dejo
de decirla, hay que pasarla cuando esta oscura, si no es que ha
cocido poco.
-Bueno, por lo que sea, pero yo no
quiero más de esto.
-Tú déjame a mí.
Y Juan volvió a cocer la carne, para
desesperación de Doña Marta que no comprendía tal maniobra:
-Ahoracociendootravezmáshubieravalidoquetelevantarasporlamañanaahacerloquesiempretienesque
estarenmendándomelaplanaaverporquesetienenquehacerlascosasdosvecesnoparaisdedarmedisgustos
conlacomida...
-Mamá, iba a hacerla bien esta mañana
y no has querido -dijo Juan.
A Fran casi le dio un ataque cuando
vio que de cena había otra vez aquella carne:
-¡Joder! Mira que lo dije claro.
-Tú prueba Fran.
Para sorpresa de nuestro protagonista,
la segunda vez, aquella carne, mucho más tierna y con otro sabor en
su salsa estaba buena.
-¿Pero cómo lo has hecho?
-Solo con tiempo, Fran.
Incluso Doña Marta se vino arriba con
aquel plato:
-Ayhijomiraquemeheenfadadoperohavalidolapenaquécosashaceshijonuncadejasdesorprendermey
cuántascosasbuenasharíassiaprovecharaslasmañanaslaverdadesquemealegraismucholavidanosé
quéharíasinvosotros...
-Es muy simple -dijo Juan-.A cada
tiempo su guiso. Todo esta bueno si se hace bien.