Nuestro protagonista no podía creerlo. Se había encontrado la tableta de
chocolate por la mitad y fuera de su sitio. En principio podría ser una
muestra más del desorden de su hermano, pero es que esa no era una tableta
cualquiera.
—¡Pero bueno!—gritó Fran—. ¿Quién ha sido el hijo de puta que ha mordido la tableta de chocolate que yo tenía con el kit de emergencias para levantar la moral? —La ha abierto Juan, Fran. Yo lo siento, pero también he cogido una onza que me
ha ofrecido. —Vamos a ver, esa tableta era para levantar la moral en caso de catástrofe o
calamidad. La estoy yo guardando sin tocarla y vais los dos y os ponéis gochos, —Bueno, yo no sabía que venía de ahí. —Cuando vuelva el otro me va a oír.
Fran esperó tenso durante dos horas hasta que Juan volvió de su cita con Coralia. Lo
debían haber pasado bien, pero nuestro protagonista hervía de ira pensando en que se
hubieran endulzado con ese chocolate.
—Tranquilo, yo a Coralia le doy cosas mucho mejores—dijo Juan. —¿Y te parece bonito joder el sistema de seguridad que yo había creado? —No me vengas con hostias Fran. ¿De que les hubiera servido a los de los incendios de
este verano o a los de la DANA de Valencia una tableta de chocolate? —Es un alimento energético y libera endorfinas al cerebro, lo que levanta la moral, que no es poco. —¿Y si no pasa nada vas a dejar que caduque y se ponga malo? —Dura tres años, y no creo que haya una guerra, pero otro apagón podría ser. —Y entonces nadie encontrará chocolate. Mira, yo las latas de comida lo puedo entender, pero
esa tableta... —Esa tableta evitará que te sumas en la depresión y desesperación. —Bueno, pues yo necesitaba una alegría ahora y me la he comido. —Pues como haya otro apagón, corte de agua, etc no te voy a dejar coger de mi chocolate. —No, si en el fondo, lo que tú quieres es comértelo tú con alguna excusa. —No, eso ya lo has hecho tú sin excusa —sentenció Fran.




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