miércoles, 2 de agosto de 2017

Juan y la marabunta

-Pues ha sido una buena idea venir un día con Diez a leer al Retiro -dijo Juan
-Sí, así salimos, respiramos aire puro y no gastamos

Los dos hermanos habían cambiado el itinerario que venía siendo habitual desde que Diez se había hecho mayor y le habían ayudado a llegar al gran parque madrileño. Uno y otro tenían ejemplares cogidos de la biblioteca que debían terminar y devolver.

-Pues ya sabes, quien a buen árbol se arrima... -dijo Fran.
-¿Seguro que quieres sentarte ahí? -preguntó su hermano.
-Hombre, ni que esto fuese la selva. Aquí no hay fieras y se ve alrededor...
-Como quieras -dijo Juan y finalmente se sentó bajo el frondoso roble del que le hablaba su hermano.

Fran se concentró en su lectura, pero Juan estaba visiblemente inquieto

-¿Que te pasa?
-Joder, que me pica un huevo la espalda. ¿Tú no notas nada? Será el árbol...
-Es un roble, no es molesto ni urticante que yo sepa -dijo Fran y volvió a su libro
Pero Juan no lograba quedarse quieto.

-Oye ¿qwé tengo en la espalda? Échame un ojo.

Y entonces Fran se sorprendió completamente: una hilera de hormigas subía y bajaba por ella. Después ambos hermanos vieron que el árbol estaba sobre un hormiguero desde el cuál los insectos subía por su tronco hasta la copa.

-¡Me cago en la leche, vaya árbol has ido a escoger! Encima de la puta marabunta
-Esas hormigas no las hay aquí, estas no se te van a comer vivo, sacúdete.
-Pues no se me comerán, pero no gracias a ti, cabrón. Tanto decir que no había fieras, y había lo peor de la selva, la marabunta.
-Que no, que estas hormigas no son esas, e incluso esas no se comen animales grandes. Los m´s grandes cangrejos..
-Pes no se me comerán, pero media hora de espalda escocida por tu estupidez. Ya ves, incluso en el Retiro hay que tener cuidado.


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