-¡Mira este hijo de puta tirándolo
todo al suelo y ni siquiera lo recoge! De verdad, que yo no sé por
qué dejan entrar aquí a estos salvajes de la selva. Ni con 90
camiones de monjitas se civilizarían.
Aparentemente, la mujer se refería a
un niño de unos trece años de raza negra que andaba más adelante.
Casi estaba nuestro héroe a punto de seguir cuando aquella mujer le
volvió a hablar:
-¿Y usted piensa dejar esto ahí? ¡La
gente está perdiendo el respeto por todo!
-También podría ocuparse usted si
tanto le preocupa -dijo nuestro protagonista, observando que su
interlocutora no era ninguna anciana impedida, sino que tendría unos
40 y pico años, tatuajes y ropa de deporte.
-¡Anda éste con lo que sale! Ya ni
diciéndoselo a estos subnormales reaccionan.
-Oiga, yo no tengo nada que ver con
este incidente.
-¿Entonces no le molesta?
-Qué quiere que le diga, más que una
mierda de catálogo me molesta el jaleo que está usted montando.
-Vamos, que ni diciéndotelo vas a
mover un dedo. Si es que no vale de nada pedir las cosas con
educación, a estos habría que majarlos a palos hasta que aprendan.
Nuestro héroe aceleró el paso sin
contestar suponiendo que la mujer se callaría, pero aún a media
manzana de distancia se la oía, y otros transeuntes también la
miraban con extrañeza. Un hombre le dijo a nuestro héroe:
-Si no se trata ya del papel, es que
pidiendo las cosas así, nadie te hará caso.
Fran se alegraba de que alguien
compartiera su punto de vista, pero una vez más, era asombrosa la
cantidad de gente cuya única distracción es montar un pollo con
cualquier excusa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario