—le contestó Juan—. Deberías venderla si no la vas a usar.
—Juan, te lo he explicado muchas veces. Pienso volver a sacarla, pero es que...
—No me vengas con hostias, Fran, ya no la sacas.Esta discusión la había tenido Fran en los últimos tiempos con varias personas. Era
cierto que llevaba bastante tiempo son montar su bicicleta, pero todo tenía una
explicación: al ponerse gordo el pantalón de ciclista que tenía se le había quedado pequeño.
Como llevaba tiempo intentando adelgazar, en cuanto lo consiguiera volvería a montarla,
pero eso parecía que no convencía a sus interlocutores.
—Y al ritmo que vas, ¿en cuanto tiempo crees que sucederá eso? ¿En tres años?
—insistía Juan.
—Bueno, que tú entrenas conmigo ¿eh? Tendremos que adelgazar en serio.
—O eso o vender tu bici.
—Eso ni hablar, ya te lo he dicho.Ambos hermanos seguían discutiendo el particular cunado en un cruce ya cercano al hogar
encontraron a Marcelo, el hombre seguramente más informado de todo el barrio.
—¿Pero qué hacéis vosotros aquí? Últimamente casi no salimos y claro, nos vemos menos
—dijo a los dos hermanos.
—Nada, estábamos hablando de laBicicrítica.
—¿Y tú ya no sacas tu bici, Fran? —preguntó Marcelo.
—¡Coño, otro igual! Os digo que en cuanto me entren la pienso sacar.
—Tú lo que tienes que hacer es coger una bici más fuerte que tengo yo —dijo Marcelo.
—Mira tú. ¿a ver si va a ser que queréis todos darme vuestras bicis viejas?
—No, Fran, yo quiero que te deshagas de ella —repitió Juan.
—Mira, Marcelo, creo que sé lo que vamos a hacer: le vas a dar tu bici a Juan y
reocupase de esta tarea de tener su ropa a punto en los últimos días. Al final Doña Marta
había tomado las riendas el día anterior y había puesto una lavadora. Pero tanto tiempo
sin ocuparse de aquello había dejado kilos de ropa pendiente en el cajón de las prendas
sucias. Fran ahora intentaba ponerse al día.
—Yatetuvequereprimirdeponerdoslavadorasporquelamáquinatienequedescansarytúestabasconlaideadeponertealdíadeunsologolpeysinollegoaestaralloromerompeslavadorayahoranosédonde
piensasponerlo... —continuaba Doña Marta.
—Pues algo tendré que inventarme, porque no puede dejarse esto así.Nuestro protagonista pasó la tarde en una febril actividad intentando recomponer un viejo
tendedero con una pata rota y habilitando los respaldos de tras sillas para extender a
secar la ropa. Cuando la lavadora hubo terminado dedicó un frenético cuarto de hora a
acomodar la ropa donde podía, a mirar si la ropa que tenía tendida Doña Marta iba camino
de secar, y a pensar en qué haría si al día siguiente no tenía unos calzones y unos
calcetines en condiciones.
—Aquí tengo ya para dos días, espero que entonces la ropa se seque.
—Amínometoquesnadaquedemiscosasmeocupoyohabráquevercuantotiempomellevaguardarestoqueyovoyaordenarestoahoraquenotienestúnadaquedarmeaversinosquedamostranquilosdespuésdequehayasentradoadestruirloqueyohago...—peroraba Doña Marta.
—Habrá que volver a ponerse a ello, no puede volver a acumularse todo este montón de ropa
—sentenció nuestro protagonista.
—Aynohijotravezestonoyomeocupoynovoyadejarquetemetasquemequeréisanularyonomepongootravezconlomismoqueconvosotrosaquínoseparanoseyodedondesacáislasenergíasyencimameexigíssinhacermecaso...
—No empieces mamá, sabes que esto no puede volver a ocurrir—respondió nuestro protagonista.
A punto de enzarzarse Fran y su progenitora en la discusión, Juan Gordal entró por la
puerta. Dijo precisamente lo más oportuno en aquel momento:
—¿Habrá gallumbos para mañana?
—¡Joder, el que faltaba!—exclamó nuestro héroe.
―Es increíble, es de verdad otro mundo ―dijo nuestro
protagonista mientras disfrutaba de Apocalypto.
―Es un relato de aventuras muy bueno. Y transmite
muy bien el concepto de que el protagonista solo
con su conocimiento planta cara a gente mucho
más poderosa.
Apocalypto era un curiosísimo experimento del gran
actor y director Mel Gibson: una clásica historia
de acción y guerras en la América Central del
momento inmediatamente anterior a la llegada de los
españoles. El protagonista es el joven heredero del jefe de una
tribu selvática que un día es atacada por los enviados del imperio maya en busca
de víctimas para sus sacrificios. Su aldea es destruida, y
Garra de Jaguar, que así se llama el personaje principal hecho prisionero. Sin embargo, de camino
a su sacrificio va teniendo conocimiento de varias profecías de la próxima caída del Imperio Maya,
y viendo cómo su propio recorrido parece mezclarse con ellas. Al final escapa del sacrificio al que
parecía destinado y vuelve a reunirse con su familia a lo largo de una huida donde solo con su
conocimiento del terreno y la tierra es capaz de plantar cara a una partida de guerreros que quieren
acabar con él.
―El asunto es que esa tierra y esa selva son suyas y se maneja en ellas como nadie ―dijo Fran―.
Y Mel Gibson lo hace muy bien para que uno simpatice con el indio.
―Y lo de ponerlos hablando en lengua maya contribuye mucho a que uno se sienta en el ambiente
de la historia.
―Acababa de rodar La Pasión de Cristo. Descubrió n filón con eso de las películas en lenguas
muertas, aunque ha tenido el buen gusto de no abusar de la fórmula.
―El final también está muy logrado, porque si lo piensas lo largo de toda la película se intuye,
pero cuando pasa te sorprende.
―Y el mensaje: “ninguna civilización es conquistada hasta que no se destruye desde dentro”.
¿Crees que Gibson avisaba de algo?
―De Gibson en otros terrenos prefiero no hablar. Me quedo con que cuando quiere es un
gran cineasta.
―Si es posible separa una cosa de la otra.
—Bueno,
Fran, pues hoy que hemos venido por aquí y que hay tiempo, ¿Quieres
de una vez una pinta de Guinness?
—Hombre,
ya era hora. Que desde antes de las navidades llevábamos con ello y
que no lo hacíamos.
En
efecto, Fran se había pasado fácilmente el último mes y medio
proponiendo a su hermano consumir una medida de la célebre cerveza
irlandesa, ya que aunque ahora intentaban beber el jugo de la cebada
sin alcohol para adelgazar, las navidades eran una época de excesos
donde parecía justificado volver a disfrutar de ese placer.
—Es
que eso es de lo que no debe desaparecer ni cambiar jamás —dijo
Juan mientras observaba un curioso anuncio en la puerta del local
donde ambos hermanos se disponían a tomarla.
—Yo
también lo creo, espero que esto no signifique lo que creo que
significa —añadió nuestro héroe observando el anuncio donde se
advertía que se podían hacer dibujos en la espuma.
—Tranquilízate,
Fran, la Guinness siempre se ha servido con un trébol dibujado en la
espuma.
—Pero
esto dice que te la personalizan.
—Hombre,
será si algún tontolo quiere, pasa y pide.
De
modo que los dos hermanos ganaron el interior del local, y se
sentaron en una mesa. Fran oteaba aún en las televisiones del
establecimiento los resultados de fútbol, cuando vino su hermano con
las dos pintas: una tenía dibujado un logotipo de la Guinnes y la
otra una especie de tapete. Según habían oído lo hacía una
impresora con tinta comestible, echa del extracto de la malta, un
ingrediente muy cervecero. El sabor no cambiaba, pero nuestro
protagonista montó en cólera:
—¿Pero
qué pijada es esta? —gritó.
—Joder,
me parece una tontería inadmisible. Me dan ganas de levantarme y
largarme.
—No,
eso no, nos la tomaremos, pero para esto mejor pillar cualquier
gilipollez en un bar de diseño.
—Esto
yo lo esperaba de alguna cervecera yanqui, pero de la Guinness.
—Ya
no se respeta nada. Nos comen los gilipollas.
—Al final no existe valor cultural. La empresas privadas quieren vender y punto.
—Pues tendrán que dejar de vender. Yo no volvería a pillar una Guinness hasta que recapaciten.
-Joder, ya da hasta grima la puñetera nieve -comentó nuestro protagonista.
-Y la basura acumulada, Fran -contestó
Juan Gordal.
Hacía una semana que la ciudad donde
vivía nuestro protagonista había
recibido la mayor nevada que se
recordaba en casi un siglo. El primer día fue hasta divertido. La gente de aquella
urbe, una población que no acostumbraba a recibir nieve en demasiadas ocasiones,
la recibió con sorpresa, y algunos aprovecharon para practicar aficiones que no
eran habituales en aquellas calles: construir muñecos de nieve, deslizarse,
incluso algunos esquiaron por las avenidas principales de la ciudad. Pero no
todo fueron alegrías, ni mucho menos: los vehículos quedaron inmovilizados,
mucha gente no pudo acudir a sus trabajos... Al principio estos efectos quedaron
un poco diluidos porque la caída de la nieve se produjo al final de un periodo
vacacional y en un día no laborable. Pero camino de las dos semanas después la
vida normal de la ciudad seguía sin retomarse del todo.
-Por lo menos los niños parece que siguen disfrutando -dijo Juan Gordal.-Pues llego yo a ser el padre de uno de ellos y no te creas que me haría mucha gracia.
Estos restos de nieve ya no son ni blancos. Están llenos de hollín.
-Pues ya ves, dicen los responsables que nos apañemos como podamos.-Ahora esperan que la lluvia derrita estos montones de nieve.-A merced de la meteorología estamos.-No, yo del tiempo no me quejo, pero los de la nieve negra me da un asco supino.- Y la basura desparramada.-La verdad, acojona pensar lo que puede pasar en esta ciudad si de golpe esto se ha
puesto así por una nevada.
-Ni lo nombres que en estos últimos tiempos está pasando todo lo imaginable.
Nuestro
protagonista estaba disfrutando aquella tarde noche de Los siete magníficos, un buen western de los 60, que se movía en el estrecho
límite entre el homenaje y el plagio a Los siete samurais de
Kurosawa. Antes del giro final, Fran observó la escena donde el
personaje que interpreta Charles Bronson reconvenía a un chiquillo
del pueblo por hablar de sus padres como cobardes. El personaje de
Bronson le explicaba de una forma un tanto ruda que levantarse cada
día y trabajar como hacían sus padres requería mucho más valor
que matar forajidos. Pero Fran notó el paso del tiempo en esa
escena:
⸺Joder,
Bronson. Le pega seis azotes a ese niño, que además era su mejor
amigo en el pueblo al que ayuda.
⸺Bueno,
hay que tener en cuenta que es de los 60 y retratando la época del
oeste americano ⸺le dijo Juan a nuestro protagonista.
⸺Sí,
yo eso lo entiendo. Y Bronson al final de la película es un tío
noble, pero hoy eso se hubiera hecho de otro modo sin duda.
Doña
Marta Palacios que observaba desde el dintel de la puerta replicó:
⸺Y
son todas películas buenas, pero sí se nota el paso del tiempo.
Juan,
pensando en los comics, lo que mejor conocía él le recordaba cómo
aparecían las mujeres en las historieta Bruguera:
⸺Mira
la madre de Zipi y Zape, hogareña y sin curvas. Y Vázquez, que al
empezar Las hermanas Gilda hacía chistes sobre novios y amoríos fue
reconvenido por la censura y tuvo que ponerlas yendo al campo o
haciendo cosas de vida cotidiana.
⸺Sí,
y también es sabido lo de las pocas mujeres que salen en los tebeos
de Tintín, que era porque en Bélgica también existía la censura.
Y Hergé decidió no poner mujeres para no chocar más con ella ⸺respondió Fran ⸺.Vaya paradigma el de entonces, que peguen a
mujeres y niños se puede ver, pero no se admite ni la más leve
curva.
Pues
mírate esta historieta, Fran, la primera de la Familia Ulises.
Juan
le pasó la página a su hermano, y este observó un chiste del TBO,
consistente en que la célebre familia era engañada por unos
campesinos sin escrúpulos que les servían como si fuera un conejo
su propio perro. Además aparecía de manera bastante explícita el
proceso por el que pasaba la mascota de la familia. Cuando Fran se
repuso un poco, Juan le comentó:
⸺Ya
ves, eso era humor en esta época.
⸺Pero
hay aklgo mucho más terrible ⸺dijo Fran aún reponiéndose de la
impresión.
⸺¿Más
horrible que este humor?
⸺Si
este humor se hacía es porque esto debía ser relativamente común,
Juan.
Juan
se estremeció, pensó y al cabo de unos tres minutos respondió:
⸺Vale,
tienes razón., Suerte que ese tiempo ha pasado.
Un
año más llegó la hora de abrir los regalos de los Reyes Magos. Aun
en tiempos de pandemia el punto final de las navidades era uno de los
momentos más mágicos del año. Aquel año, sin embargo, se había
dedicado más que a caprichos a cubrir necesidades. Como las
camisetas de color liso que había recibido Juan:
—Bueno,
a ver si se pueden cambiar, porque tanto insistir en que quiero ropas
sin dibujitos ni estridencias y llegan de los colores más chillones
posibles...
—La
madre que te parió, Juan, ni los reyes aciertan ya contigo
—respondió nuestro protagonista
—Mamá,
igual hoy o mañana vienen Carol y Alvarito, que tenemos cosas para
ellos. Yo iré a la óptica a por mis lentillas y gafas para verlos
bien. Con algo del dinero que me han dejado en el zapato ya me
compraré tebeos o libros. Pero espero que este año lo que de verdad
nos traigan los reyes sea un trabajo.
—Eso
es lo fundamental, Fran. Pero eres tú el que solías decir que lo
importante de las navidades es coger fuerzas para todo el año
—intervino Juan.
—Y
las hemos cogido. Hemos tomado energía, hemos resuelto nuestras
necesidades y sabemos lo que queremos. Casi dan ganas de escribir una
carta a los Reyes para el curro.
—¿El
más importante? —preguntaron casi a coro Juan y Fran Gordal.
¿Habría
algo en las casas de los allegados de los Gordal Palacios que no
supieran? Desde luego estaban agradecidos por los presentes recibidos
pero no caían en ninguno que destacara por encima del resto:
—¿Es
aquí o en casa de otros, mamá? —preguntó Fran.
Juan
y Fran cayeron entonces. En efecto era todo un regalo no haberse
visto afectados en ningún momento pòr el virus que desde casi hacía
un año los afligía. Y como ellos La Tía Maria Cristina, el primo
Mario, todos los amigos de la familia... Sí, en efecto los mejores
regalos de los Reyes no siempre sonb materiales. Y aquel año había
mucho que agradecerles.