—No necesito
ninguna protección ni cura, ya va bien —decía nuestro personaje mirando la evolución de la quemadura de su mano. —Pero llevas varios días sin poder trabajar ni hacer ejercicios con normalidad ni nada
por el estilo.Fran se había lastimado trabajando en una cocina al intentar coger una olla que todavía
no se había enfriado tanto como él creía. Acertadamente o no se había reventado las
ampollas que le salieron antes de que crecieran demasiado. Eso había hecho que durante
varios días nadie notara el estado de la palma de su mano salvo que él la enseñara, y
que pudiera realizar la mayoría de las tareas. Sin embargo, volver a coger utensilios de
cocina o levantar las pesas en el entrenamiento se había convertido en un suplicio
difícil de llevar.
—Encima te ha dado por arrancarte los pellejos, con lo cuál se te va a poner la mano como la de Jesucristo tras la cruz. —Bueno, estigmas y milagros creo que no voy a vivirlos. —Déjate de tonterías y ponte una pomada o algo.Fran volvió a practicarse una cura como las que le habían aconsejado en el trabajo
o su propia familia en los días anteriores. Sinceramente a él le parecía eso más
molesto que llevar la quemadura al aire y dejar que se curase de forma natural.
—Tienes que tener más cuidado. Y eso no te lo quitas al menos hasta que te vayas a dormir. —Cárol, de verdad, ya no está como estaba. —Y no te tires de los pellejos, que pareces un crío cuando se hacen daño. —De lo que voy a tirar va a ser de este apósito, o vendaje, o lo que cojones sea esto
que me has puesto. —A ver si ahora vamos a tener que vigilarte como a un niño pequeño. Lo que no hiciste
a los 8 años lo haces a los 40 y pico. —Y tú lo que no haces con un crío lo haces con un adulto.
















