poco a poco, y era bueno en el jueves y con el humor, pero ahora es sencillamente de lo mejor
—respondió Juan Gordal
La adaptación que junto al escritor Ryan North había hecho el dibujante catalán Albert Monteys
era una de las grandes novedades en cómic del país de nuestro protagonista en los últimos dos años.
Todos conocen la historia de Billy Pilgrim, el ficticio superviviente de la Segunda Guerra Mundial
que Vonnegut había situado siendo abducido por una civilización extraterrestre, sus visiones a través
del tiempo, y las repercusiones que eso tenía con la vida real, pero el dibujo escogido por Monteys,
un dibujo reconocible como suyo, pero mucho más pegado a la realidad en otras ocasiones lo
ilustraba muy bien. Si Monteys ya había destacado al tratar la ciencia ficción, en esta obra se
consagraba definitivamente.
—El caso es que en anteriores trabajos suyos sí aprecían lugares muy semejantes a la civilización
extraterrestre —dijo nuetro protagonista
—Y capta muy bien las impresiones y los ambientes.
—La percepción que tienen del tiempo los Tralmadorianos, ¿no te recuerda un poco a la del
Doctor Manhatan de Watchmen?
—Era una inovación, seguro que Alan Moore la conocía, pero no estoy seguro de ello.
—Y luego la angustia de Pilgrim en su regreso, sus reflexiones...
—Yo me quedo con sus visiones de la guerra, que parece mentira que Monteys haga bien eso.
—Cuando un tío es bueno, es bueno. Da igual lo que trata y cuando lo haga.
—Y además la aportación de Noth es buena. Sí, desde luego es una buena adaptación.
—No sé si recordaría antes la novela o el cómic. Hay que leer ambos.
Fran salió muy molesto de aquella entrevista de trabajo. Desde que había logrado entrar en
el mundo laboral, por lo menos, en todas las citas similares que había tenido, había sabido
por adelantado los horarios y las condiciones. Aquella entrevistadora no le dijo nada de su
negocio argumentando que tenía que verle trabajar un día antes que hablar de ello. Ya que
poco antes, en otro trabajo en el que le habían cogido, lo habían largado en dos días diciendo
que no había pasado el periodo de prueba, sin haberle advertido que ese periodo existía, Fran
no estaba muy por la labor de repetir la experiencia. En casa le preguntaron cómo le había ido
en el trance, y Fran lo contó.
—Parecementiraquetequieranvolverahacerlomismolaúltimaveznoacabómuybienaversiahorasehanaprendidoesetrucoytienenpordíasalagentepagándolepocoymalvaversimehacescasoyteponesabuscaroposicionesdehistoria...—dijo Doña Marta Palacios
—Sabes que no dejo de hacerlo, pero mientras hay que comer. A ver si consigo algo estable de una vez. Porque encima vaya miseria me han pagado los dos días que estuve en el último sitio
—A mí creo que eso ya me lo hicieron —dijo Juan Gordal.
—Pues es una suerte, porque menudos hijos de puta.
—BuenohijotusdoshermanostienentrabajotendrásquebuscartetúunoenlacocinaoenloqueseaporquemiracómoellosyahansalidoaverquépasacontigoynoséporquéshacenestoaCarolinalahancogidosinmásyestámuycontenta...En este momento, Carolina Gordal entró por la puerta. Habiendo oído lo que dijo Doña Marta la corrigió:
—Pues no, mamá, he dejado esto porque me querían dar una instrucción de cinco semanas sin pagar para dos meses. No me va nada.Al oír aquello Fran comprendió que las cosas siempre podían ser peores:
—Por lo menos a mí me hablaban de un día, no de cinco semanas.
—Al final voy a ser yo el único que tiene algo seguro —comentó Juan Gordal.
—Y todavía te quejas.
telohasganadoynotepreocupesnienlimpiarlacocinavenylodejamosqueeresmuyvalienteyelprimerpasoesintentaloyaaprenderás... ―le dijo Doña Marta Palacios.
La perorata de su progenitora le daba mucha más rabia que si se lo hubiera reprochado, ya que
nuestro protagonista había preparado la tortilla miles de veces sin ningún problema. No entendía
qué había ocurrido aquella noche. Así y todo se esforzó en al menos dejar limpia la cocina.
―Más vale que lo limpies bien, que luego me toca a mí pasarlas putas para arreglar vuestros
líos ―dijo Carolina―. ¡Si no sabes hacer tortillas pide ayuda!
Fran estaba a punto de llorar de pura furia consigo mismo. Él lo sabía, todos lo sabían, no era ni mucho menos la primera vez que preparaba ese plato y nunca tuvo el menor problema hasta aquella noche, no se explicaba por qué. Armándose de dignidad la llevó a la mesa, pensando en todas las veces que su familia había disfrutado, incluso cuando la preparó a Sally, aquella sudafricana blanca que había conocido en Londres. Juan la partió:
―Encima la patata está dura. Tienes que ser más humilde.
―¡He preparado la tortilla miles de veces! ―dijo nuestro protagonista.
―Yo sólo digo que no puedes dejar la cocina así... ―seguía Cárolina.
―¡Nunca he ensuciado! No sé por qué ha pasado esto ―gritó Fran pensando ya, porque era
lo único que se le ocurría, si no habría habido algún duende que le hubiera hechizado para
emprendido aquel año. Una vez blancas las paredes tocaba cubrir ese espacio de forma que no quedara una pared blanca desnuda, lo que unido a la pasión de Juan por el cómic y la cultura le había lanzado a realizar compras de posters y de originales. Al final su habitación se iba a tematizar en ese sentido.
―¿Cuánto te llevas gastado? Porque a diez euros cada lámina o cada poster... ―dijo nuestro
protagonista.
―No todos cuestan lo mismo. Tampoco ha sido nada que no podamos soportar.
―Este mes te han traído ya láminas de Beroy, Giménez, Pons...
―Y estoy esperando más, pero seguro que al final vale la pena.
Fran observaba cómo la pared del fondo lucía con un aspecto casi de decoración profesional,
y le pareció increíble lo que su hermano había logrado con sus propias manos. Hizo una
observación:
―Quizás deberías poner un marco o algo así a los originales. No se deberían deteriorar.
―Bueno, no rascamos las paredes. Y los mejores los tengo aparte en una carpeta.
―Y no has dejado de comprar cómics tampoco. Estás invirtiendo bastante.
―También son tuyas.
―No, lo de tu cuarto te pertenece aunque hayamos compartido los cómics.
―De todas formas te concederé una gracia. ¿Echas en falta a algún autor?
Fran sobrecogido por la responsabilidad que se le confiaba echó un vistazo a la colección. Con dibujantes de todas las escuelas, como Paco Roca, Segura o Bernet, echó uno a faltar.
―No tienes uno de Jan, Juan.El mayor de los hermanos se quedó mirando y se sorprendió. Era cierto que no tenía nada
del autor de Superlópez.
―¡Mañana lo busco y lo pido! ―exclamó casi con
―Si el bolsillo lo permite.
Fran estaba aquella mañana en casa arreglando con el ordenador una cita previa para Doña Marta Palacios en un servicio público. Paró un momento y se encaminó a la cocina. Allí encontró una olla cociendo una cosa muy poco habitual en la casa de los Gordal Palacios.
—¡¿Pero quién cojones se ha traído patas de
pollo?! —dijo nuestro protagonista
—Son mías, déjamelas que tengo que comer colágeno —respondió Carolina Gordal
—Ah, que sigues con tus chorradas de tetas y foros de internet.
—No son chorradas, el tío que hace el podcast donde oí esto es un nutricionista buenísimo y
yo le hago caso.
—Tú te comerías las tripas de una lagartija si te dijeran que eso fija las tetas. Al menos podrías
haber traído patas para todos. Que bien preparadas están buenas.
—Yo me las como así.Para sorpresa de nuestro protagonista, Carolina se sirvió una de ellas en un plato, lo dejó enfriar
un tiempo prudencial y, allí mismo de pie comenzó a roerla.
—¡Pero si solo está cocida!
—Así se come, está buenísima.
—Frandejaatuhermanayvuelveconmigoqueestodeladireccióndelacitasemehapuestoazulynosécómoseguirtenemosquedejarlohechoqueenunasemanahayquetenercitayhaberacudidoaporqueluegoestamosocupados... —reclamó a Fran Doña Marta Palacios.
—Voy, mamá. Es que Loli se está haciendo guisos raros con patas de pollo.
—Seguro que a mí me quedarían mucho mejor —gritó Juan Gordal que salía en ese momento de la ducha.
—Ya, lo que pasa es que envidiáis mi turgencia y queréis estar como yo —respondió Carolina.
—Por lo menos di las chorradas sin la boca llena —sentenció nuestro protagonista.
años con dificultades laborales lo tomaba como algo positivo. Aquel jueves se levantó casi con el alba, dejando de hacer varias cosas que le hubiera gustado la tarde anterior, pero pensaba en el dinero que iba a ganar. Cuando se duchó comprobó que a esas horas del día nunca apetecía y el hecho de que fuera un verano y la madrugada no fuera glacial no le mejoró la experiencia. Desayunó lo más rápido que pudo y se bajó al metro para llegar a su puesto. La calle estaba tan desierta como en cualquier otra época del año. Hasta ahora el día era completamente normal para lo que Fran entendía como una jornada laboral. Pero en los escalones del metro acabó aquella percepción. Nuestro protagonista observó que en aquella mañana el metro le parecía una cueva oscura. Se había estropeado el sistema de iluminación. Aquello le recordó una frase del primer arquitecto que trabajó en el suburbano de su ciudad: que había llenado todo de azulejos blancos para que nadie pudiera sentirse encerrado, que era su obsesión en aquella obra. Pero lo peor era que bajar unas escaleras con menos luz de lo habitual era peligroso. Como nuestro personaje iba con la hora en los talones no podía detenerse, pero vio cómo varios pasajeros estaban protestando al personal de la estación que intentaba contenerlos. Fran se centró en bajar hasta el andén. Por suerte los tramos de escaleras mecánicas iban bien, pero en los de escaleras fijas no poner el pie en los escalones correspondientes era un riesgo cierto. Mientras los bajaba, Fran oyó acercarse al tren. Aceleró todo lo que podía su carrera. Por suerte en verano parecía haber bastante menos gente de la habitual en hora punta. Pero dentro de los vagones hacía un calor nada despreciable. Nuestro protagonista recordó que cierta responsable del suburbano había decidido ahorrar energía quitando el aire acondicionado.
—Y pensar que hay gente que ahora está cómodamente tumbada en la playa —dijo mientras
nuestra concepción del cine. —Pero tú no eres un viejo
de 60 años tipo Pérez Reverte. —Mira, Juan, John Ford es uno de los dogmas de fe de mi santísima trinidad. Y aquí además trata
un poco el tema racial, en el cuál siempre se le había acusado de un poco supremacista.
En El Sargento Negro, el genio irlandés nos muestra el proceso al que es sometido un sargento
afroamericano, tras ser acusado del asesinato de una joven blanca. Un joven teniente blanco se
brinda a defenderlo, ofreciendo de este modo una trama detectivesca poco usual en el cine de Ford.
Poco a poco va dirigiendo la atención de todos hacia otro culpable, el hijo del tendero del fuerte,
que había muerto poco antes en un asalto.
—Mira, la misma trama del negro muy bueno acusado es muy simplona. —Hay que situar esta obra en su época. Aunque lo que hace Ford es un argumento muy simplón,
no todos los blancos en ese momento hubieran tratado este tema de ese modo. Además la película,
aunque contenga todos los valores rancios militaristas y tradicionalistas americano, está muy bien
construida. Y el golpe final incluso a mí me sorprendió. —En cualquier caso hay que decir que todos actúan muy bien, eso es cierto —Por otro lado este asunto, el de los negros asaltando de mala manera jóvenes blancas, también
era el alegato simplón que hacían los racistas blancos en esta época, es lógico que Ford construya
su film racial sobre el mismo. —Puede ser, pero que no pretenda vendernos a la caballería americana como el paraíso de la
igualdad racial. —Tampoco hace eso. Yo la veo una película aprovechable, entretenida y sobre un tema candente.
mejor —dijo orgulloso Juan Gordal.
—La verdad es que hacía falta. Aunque
no las tengo todas conmigo de que
una pared con
esas irregularidades esté bien —respondió
nuestro protagonista
—No empieces tú a putear, ¿eh?
Lo cierto es que Francisco Gordal sintió un leve remordimiento. Aprovechando aquellos días
de vacaciones, su hermano se había lanzado a hacer por su cuenta y riesgo una labor muy
necesaria, repintando su habitación cuyas paredes estaban en un estado lamentable. Además
había movido y trasladado muebles y otros enseres ordenando mucho mejor su habitación. No
se merecía bromas absurdas nique le pasaran por la cara lo que quizás no le había salido tan bien
en su empeño.
—Bueno, esta noche podrás dormir mejor de lo que lo has hecho en prácticamente toda tu vida adulta.
—Claro que sí. Mañana me ayudarás a meter dentro de mi habitación este armario, ¿verdad?
—Y habrá que sacar los pedazos del otro, que estaba tan mal que se ha deshecho.
—LosmueblesenMadridhayquesacarlosdeterminadosdíasesperaosaquevenganquesinoponenmultameheinformadodeellohayquedejarlosenlosdepósitosdevidirioypapeldemodoquepuedanrecogerlosnosédondelospodemostenerhastaentonces... —intervino Doña Marta Palacios.
Nuestros protagonistas vieron aquel pasillo lleno de enormes fragmentos de madera y restos de
la pintura y yeso que habían utilizado, y se dieron cuenta de que su pequeña obra estaba lejos de
concluir.
—A ver si cada vez que arreglamos un cuarto hay que llenar todo de mierda —dijo nuestro protagonista.
—¡Coño, pues aguantad un poco que yo lo he tenido durante años en mi cuarto! —gritó Juan.
—En eso tienes razón. A ver si nos acordamos de sacarlo.
por su lado.
―¿Y qué vas a hacer? ¿Ir a casa andando?
No sabía nuestro protagonista la distancia que separaba a la amiga de la dueña de la bici de su hogar, pero desde luego aquella bicicleta plegable no ofrecía sitio para dos personas ni que estuvieran desnutridas y pesaran 30 kilos cada una. Nuestro protagonista pensaba si en la bicicleta que él tenía en su casa hubiera podido meter a una de ellas. Obviamente no como no fuera sentada en la barra. La tendencia urbana a nuevos medios de transporte más pequeños y menos contaminantes estaba produciendo un auge de bicicletas, monopatines y otros artilugios donde difícilmente podría entrar más de una persona. Nuestro protagonista miró a sus pies pensando que ese seguía siendo su medio favorito. Con la bicicleta no se atrevía a ir por la calzada, y aún no había suficientes carriles bici en su ciudad. Mientras veía esto, observaba a una pareja n una mosto Scooter, una imagen más clásica, y pensaba que seguía siendo difícil entra en ese espacio. Al llegar a casa lo comentó.
―Ayhijopuesesohapasadotodalavidatendríasquehabervistolasmotosconsidecarquecuandoyoerapequeñaibanfamiliasenterasconellaatrayectosenormesyporcarreterasinimportarlesnadanosécómocabían...
―Yo he llegado a ver algún 600 cargado hasta los topes, pero estas dos chicas me han
recordado a esos payasos que hacen el número de humor de salir a lo mejor 25 de uno de estos
coches.
―Pues yo me acuerdo en otros tiempos que venían a mis clases de la universidad en
ciclomotores ―comentó Carolina.
―Será que aquellos payasos tenían base real. Igual no era un número ―sentenció nuestro
Gordal a nuestro protagonista.
―Sí, incluido este de Epiléptico,
que tengo una ganas de librarme de
él increíbles. De mal rollo y malo.
―Ese lo dejaremos en el vertedero,
que ni en las tiendas de segunda parte
lo compran.
―¡No me extraña!
Los dos hermanos se habían propuesto
hacer una limpieza de su colección de
cómics, vendiendo los
que pudieran, para quedarse sólo con los que querían. Algunos estaban en mal estado. Otros eran
sencillamente infumables. Con el dinero esperaban comprar otras cosas, y andar algo mejor de
espacio. Aquel ejemplar, Epiléptico, de David B., era especialmente odioso para nuestro protagonista.
Más aún al haberse enterado de que ni siquiera les pagarían por él.
―Llevamos bien todo el resto ¿verdad? En la calle Luna nos darán por ellos.
―A ver si allí tienen algo que nos guste.
Los dos hermanos comenzaron a pasear por la tienda y observaron varios ejemplares en buen estado y envueltos en bolsas de plástico. Algunos les provocaban cierta sensación agridulce por ser de historias que ya tenía pero en mejores ediciones.
―Los hay que parece que cada edición busca ser peor ―comentó Juan Gordal
―Singularmente V de Vendetta ―dijo nuestro protagonista.
Dicho esto se encaminó a una estantería donde un hallazgo le llamó sobremanera la atención:
vendían Epiléptico, el cómic que él hubiera citado sin dudarlo como el que menos le había
gustado a cincuenta euros. Cuando se lo enseñó a Juan este reaccionó casi con ira:
―¿A 50 €? ¡Pero si me habían dicho en todas partes que nadie lo quería!
―Ni siquiera podemos decir que nos salga barato 50 euros por no tener un cómic es un precio
desorbitado.
―Ahora ya ni siquiera podremos recogerlo del depósito.
―Sí, hombre. Encima de todo, una vez nos hemos librado de él lo vamos a buscar.
―No, claro. Pero me cago en la hora en que pillé aquel tebeo.
―Sí, ha jodido hasta después de librarnos de él.