Fran llegó aquel día a su trabajo. Se cambió y fichó. Mientras manejaba los útiles de faena tuvo que
ajustar el funcionamiento de varias máquinas, recoger diversos enseres, interrumpir sus quehaceres
para hacer favores a sus compañeros... Por lo menos los ancianos para los que realizaba todas aquellas
tareas lo agradecían, lo cuál era reconfortante, pero no podía detenerse a departir con ellos. Había
mucho que hacer en esa cocina y el tiempo apremiaba. Además, como solía ocurrir, era el más grande
y fuerte en su nuevo lugar de trabajo y si había que levantar algo, llegar a algún lugar difícil, etc le
llamaban a él.
—Te estás haciendo con todo ¿verdad? —Le comentó uno de sus compañeros. —Bueno, no es mi primera vez en cocinas y... —Pues cuando puedas a ver si lavas los platos.Fran se apuntó la nueva tarea y se lamentó mil veces de no haber podido aún sacar sacar lasoposiciones donde tantas veces se había presentado. Por lo menos ahora tenía una fuente deingresos, lo que no era poco pensando en el futuro. Pero no había tiempo de pensar en ello, trashaber preparado con un agua los platos tocaba meterlos en la máquina de lavado mientras sepreparaba otra remesa de vajillas para lavar. Rezó y deseó mil veces que le llamaran de aquelpuestecillo en Correos donde se había inscrito y le habían pedido sus títulos. Pero por fin elreloj llegó a la hora de salir. En el vestuario se puso de calle guardó su ropa y pensó en el descansoque se había ganado a pulso. En el vagón de metro pensaba en su llegada al hogar, la comida,la siesta... No se imaginaba nada capaz de quitarle la alegría y la satisfacción del deber cumplido.Pero en aquella estación, sus pensamientos tomaron cuerpo. El subterráneo se quedó parado y noarrancaba. Pasó un minuto, dos.. Así hasta ocho, y Fran empezó a temerse lo peor. Y lamegafonía dio el aviso fatídico:
—Atención, por favor. Por incidencia en línea el servicio no se presta con normalidad. El recorrido
se verá interrumpido en un tiempo estimado de 15 minutos.Fran se acordó de toda la familia de los responsables del metro. Una vez más cuando todo estaba
cumplido iban a añadirle otra preocupación. Después de su jornada, lo más duro estaba aún por venir.
Empezó a despotricar, como muchos de sus acompañantes de vagón contra los responsables de los
servicios públicos. Luego se dio cuenta de que eso no servía y debía buscar cómo volver a su hogar.
Pero una vez más esa gente demostraba que siempre podían hallar el modo de joderte. Con ellos lajornada de trabajo tenía prórroga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario