—Pues no conocía yo este
parque. Es agradable
porque se ve que la
gente no lo ha
encontrado—dijo
Juan Gordal al entrar en ese enclave. —Sobre todo teniendo en cuenta que cada vez hay menos zonas verdes en la ciudad. Mira además
que bien se ven las torres de La Castellana y otros edificios de la ciudad —contestó nuestro protagonista.De vez en cuando ambos hermanos recorrían la periferia de la ciudad donde encontraban lugaresinteresantes. Los parques eran muy aprecidados, ya que la sobreabundancia de público en algunosde ellos, unidos a una gestión pública que dejaba mucho que desear había desprovisto el Retiro uotras zonas similares de ningún atractivo para los hermanos. Muchos de ellos, como aquel, ofrecíanademás curiosas panorámicas del skyline, como ahora dicen, madrileño. Sobre este particular, Juandescubrió un detalle más en el parque:
—Mira esas escaleras. Parece que llevan a ese mirador. Vamos a verlo.Ambos hermanos subieron a aquel balcón y se asomaron al mismo. Pero resultó que lo que se
divisaba desde aquel lugar no era lo esperado:
—Se ve sólo el fondo fondo del paísaje —comentó Fran—. Los árboles impiden ver nada más. —Es verdad, se veía mejor desde abajo que desde aquí. Probablemente cuando se construyó los
árboles eran más pequeños. Parece esas fdotos de las vistas desde arriba de la selva. —Habría que decir en el Ayuntamiento que...—Aquí nuestro héroe dudo. Con un análisis simple se
dio cuenta de que su idea no era la más inteligente—. Bueno, mira, no, que destrozan todo lo que
pillan y ya han jodido suficientes árboles. Nos guardamos este parque y que no cambie. —Eso —confirmó Juan—. Y su magnífico «mirador de no ver».
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