-Pasa y no te lamentes -le respondió Juan-. Si quieres disfrutar
al pesarte tendrás que hacer sacrificios.
Ambos hermanos llevaban varias semanas en un extraño estado en
que eran conscientes de que tenían que volver a retomar su dieta y
el ejercicio, pero como de costumbre desde hacía demasiado tiempo,
por unas cosas y por otras no acababan de hacer las cosas como era
debido. En esos casos ir a pesarse resultaba un trámite molesto que
probablemente preludiaría un disgusto. Pero como el pesaje semanal
era la parte más fácil de esa rutina era la que no quitaban, y así
entraban en la farmacia con idea de cumplir el trámite. Pero aquella
vez ocurrió algo extraño:
-Que no hay báscula, Juan.
-¿Cómo no va a haber? Llevamos toda la vida viniendo aquí y
además es imposible que una farmacia, la que sea, no tenga báscula.
-Pues pasa a verlo.
Juan entró y observó con asombro que en efecto, la báscula
había desaparecido de su ubicación.Volvió la vista por todo el
establecimiento y tampoco fue capaz de verla.
-Pues no habrá forma de saber si llevamos bien esto. En todo
caso, el último dato era que había bajado -dijo Fran.
-Sí, antes de irte a tomar cervezas tres días, de ponerte como
un cerdo de embutidos casi una semana... Que no cuela, Fran
-Pero los datos son los que son.
En aquel momento el farmacéutico intervino en la disputa de
ambos hermanos:
-Perdonen ¿buscan la báscula? Está detrás de estos paquetes.
El tendero apartó varias cajas de cartón que se habían
amontonado alrededor de la ubicación habitual de la báscula y los
llevó a sus estanterías correspondientes. El instrumento de pesaje
estaba ahí. Fran la observó con desgana.
-Casi te sale bien. Venga, pasa a certificar lo evidente -dijo
Juan.
-¿Me sale bien? Como si hubiera tenido algo que ver.
-Ya, ni con los atracones que te has dado esta semana tendrás
culpa.
-Puees ríete, cabrón, pero tú también tendrás que pesarte.
Sentenció Fran mientras metía la moneda en la ranura.
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