―Bueno, ya casi
os tengo la cena,
que me tocaba
hoy prepararla
―dijo nuestro
protagonista.
―Vale, y a ver si
cierras ya ese puto extractor ―respondió Carolina. ―Pero mira que eres pesada. ¿Quieres que nos traguemos todo el humo? ―Odio ese ruido. No lo soporto. ―Atuhermanaleirritamuchoesoperonosepuedeguisarsinesosobretodosiunousaaceiteporquesellena tododehumoyselotragaperolaverdadhijayonoséporquétequedasahíynotealejascuandotuhermano seponeaello... ―Es infernal y molesto.Esta era una queja recurrente de Carolina cada vez que alguien usaba ese aparato. Para
perplejidad de toda la familia ella afirmaba que lo oía desde cualquier punto de la casa
impidiéndole hacer nada. Fran no salía de su asombro.
―Pues yo estoy aquí debajo y ni me entero. No puedo creerme que seas tan sensible ―dijo nuestro
protagonista. ―Por eso no cocino. Prefiero no comer a oír eso ―contestó Carolina. ―No, no cocinas porque no te sale del coño. El otro día te dejé sola con mamá para que cenarais y le
hiciste una tortilla a ella y tú te tomaste un yogur. No me digas que no podías cocinar sin el extractor
si tanto te molesta. ―Déjate de historias y apaga eso que estoy deseando dejar de oír ese ruido.Fran termino su tarea y limpió la cocina. Al servir la cena Carolina afirmó que aquellos filetes
con pimientos eran lo que necesitaba después del día que había tenido:
―Te han quedado muy bien, Fran. ―Pues eso ha sido gracias al extractor entre otras cosas. ―Pues menos mal que estabas tú, porque yo prefiero no comer a aguantar ese ruido. ―Ahora te ha dado por el ayuno intermitente. Bueno, dicen que hace maravillas varias. Igual te
va bien ―sentenció nuestro protagonista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario