—Hasta luego, me
voy con la Coralia
—dijo Juan Gordal
al salir de casa. —Que lo pases bien.
Hay que ver qué
bien te ha venido
la gallega esa
que ahora te
mueves y vas a
sitios y todo —le dijo Juan Gordal.Coralia era una chica a la que Juan Gordal había conocido de una manera un poco accidentada.
Después de un tiempo de citarse a la distancia, por fin esta moza había venido a Madrid por
motivos de trabajo y ella y Juan se veían muy a menudo y avanzaban en su relación. Fran lo
veía con grado, porque Juan había salido de su bucle autocompasivo.
—Lleva limpia la colita y todo, que luego todo son disgustos —le dijo Fran a Juan. —Hombre, que ya se me ha ocurrido, mira cómo voy —comentó Juan. Pero una tercera persona observó la escena y tenía su propia visión: —Juannohagascasoalasgroseríasquetedicetuhermanoperocámbiateesospantalonesqueaellanolevana gustarnopuedesverteconellaasíponteunosmásoscurosquetequedaránmejoryaesrotienesqueirtanguapo
comotúeres... —comentó Doña Marta PalaciosLos dos hermanos se quedaron parados al oír a la matriarca de los Gordal Palacios intervenir. Por
último Fran, recordando sus experiencias con las voces matriarcales sobre ropa comentó:
—Hazle caso, Juan, las señoras de cierta edad no fallan cuando hablan de ropa. —Tienes razón, ahora voy —respondió Juan que también recordaba aquellas otras veces en que
las mujeres de edad provecta le dirigieron. A una matriarca en esto no se le lleva la contraria. Juan volvió con otros pantalones y preguntó a Doña Marta su parecer. Esta habló —Yahoraéchatemuchodesodorantequenopuedesirahíconnadaquetedesluzcaconloguapoqueresytienes quelucirtodolobienquevasporquetúpuedesserfácilmenteungalándepeliculaynopodíassalirtalcomoibas quedabamuchapenita... —dijo Doña Marta. —Y no olvides lo de la colita —repitió nuestro protagonista. —Nodigasgroseríasfranquetúnoeresunpanoliynoséaquévienequedigasesascosasmejordilequedejea estaniñaensucasaynolaabandoneporahíporquenopuedequedarselejosdecasaaleligrodecuqluieraque andeporlacalle... —Sí, mamá, tranquila que la dejaré bien —se despidió Juan. —¡Como para oponerse al oráculo matriarcal!—sentenció nuestro protagonista.
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